4/11/2018, 21:11
Y si las exigencias de Kokuō habían hecho reír a Kuroyuki, ahora sus preguntas provocaron las carcajadas de Kurama.
—¡Oh, si es que en el fondo disfruto con todo este suspense, Kokuō! —confesó, sujetándose el abdomen con una mano y enjugándose las lágrimas con la otra—. Calma, responderé a todas tus preguntas, pero vamos a ir paso por paso. Puede ser algo complicado de digerir.
Kokuō frunció el ceño ligeramente, pero esperó pacientemente a que Nueve continuara explicándose:
—Kuroyuki no es mi jinchuuriki. A ese ya lo domé hace mucho tiempo. Lo subyugué. Con mi Kyūjū Tensei. Una técnica que dominé tras años y años de meditación. Pobre diablo... Le hice creer que él mismo la inventó. ¿Te lo puedes creer? ¡La ejecutó el mismo! Y entonces... nos intercambiamos los papeles. Exactamente como en vuestro caso, sólo que la técnica original era un poco más poderosa y... lo aplasté. Lo trituré. Lo hice pedazos —culminó, estampando el puño cerrado sobre la palma de la otra como quien aplasta un molesto mosquito.
Clásico de alguien tan taimado como era aquel viejo zorro, engañar a su jinchuuriki hasta el punto de hacerle utilizar una técnica que supondría su cautiverio perpetuo. Sólo le había faltado relamerse para completar aquella imagen tan característica suya. Aquello despertó una nueva incógnita en su mente, pero antes de que pudiera formularla, Kurama continuó.
Habló de las últimas palabras de Padre antes de fallecer. De su premonición sobre que un día tendrían que aunar fuerzas con los humanos para hacer frente a un mal mayor. Y reveló que ese había sido, precisamente, su propósito. Kurama había reclutado a ocho humanos a los que había dotado con el nombre de Generales a cambio de ofrecerles cierto acto de favor en forma de poder. Un poder que él clamaba como generosidad, pero que Kokuō conocía por otro nombre: interés. Y, finalmente, el secreto de su ausencia en el Vínculo Interior de los Nueve. Con aquel cuerpo humano no podía acceder a ella. Y eso sólo significaba una cosa:
«Yo también he sido desvinculada entonces.» Meditó, entrecerrando los ojos ligeramente. «Los demás no tardarán en darse cuenta de ello y, con Ayame desaparecida de su aldea también, si Chōmei y Shukaku contactan con sus jinchuriki no tardarán en sumar dos más dos.»
—Recuerdo las palabras de Padre, pero también recuerdo muy bien que fueron los humanos los nos tomaron del brazo cuando les ofrecimos la mano —repuso, claramente irritada—. Les dimos poder, y ellos nos utilizaron en su beneficio en sus guerras sin sentido. Y cuando nos tomamos la libertad por nuestra mano, nos aniquilaron y después nos encerraron en estas celdas. ¡Y tus Generales no son diferentes! Te sirven porque están interesados por tu poder, no por lealtad. Cuando menos te lo esperes te apuñalarán por la espalda y volverán a encerrarte. Yo no pienso aliarme con los humanos, Kurama. Así que espero que no estés esperando nada de mí en agradecimiento por mi liberación.
—¡Oh, si es que en el fondo disfruto con todo este suspense, Kokuō! —confesó, sujetándose el abdomen con una mano y enjugándose las lágrimas con la otra—. Calma, responderé a todas tus preguntas, pero vamos a ir paso por paso. Puede ser algo complicado de digerir.
Kokuō frunció el ceño ligeramente, pero esperó pacientemente a que Nueve continuara explicándose:
—Kuroyuki no es mi jinchuuriki. A ese ya lo domé hace mucho tiempo. Lo subyugué. Con mi Kyūjū Tensei. Una técnica que dominé tras años y años de meditación. Pobre diablo... Le hice creer que él mismo la inventó. ¿Te lo puedes creer? ¡La ejecutó el mismo! Y entonces... nos intercambiamos los papeles. Exactamente como en vuestro caso, sólo que la técnica original era un poco más poderosa y... lo aplasté. Lo trituré. Lo hice pedazos —culminó, estampando el puño cerrado sobre la palma de la otra como quien aplasta un molesto mosquito.
Clásico de alguien tan taimado como era aquel viejo zorro, engañar a su jinchuuriki hasta el punto de hacerle utilizar una técnica que supondría su cautiverio perpetuo. Sólo le había faltado relamerse para completar aquella imagen tan característica suya. Aquello despertó una nueva incógnita en su mente, pero antes de que pudiera formularla, Kurama continuó.
Habló de las últimas palabras de Padre antes de fallecer. De su premonición sobre que un día tendrían que aunar fuerzas con los humanos para hacer frente a un mal mayor. Y reveló que ese había sido, precisamente, su propósito. Kurama había reclutado a ocho humanos a los que había dotado con el nombre de Generales a cambio de ofrecerles cierto acto de favor en forma de poder. Un poder que él clamaba como generosidad, pero que Kokuō conocía por otro nombre: interés. Y, finalmente, el secreto de su ausencia en el Vínculo Interior de los Nueve. Con aquel cuerpo humano no podía acceder a ella. Y eso sólo significaba una cosa:
«Yo también he sido desvinculada entonces.» Meditó, entrecerrando los ojos ligeramente. «Los demás no tardarán en darse cuenta de ello y, con Ayame desaparecida de su aldea también, si Chōmei y Shukaku contactan con sus jinchuriki no tardarán en sumar dos más dos.»
—Recuerdo las palabras de Padre, pero también recuerdo muy bien que fueron los humanos los nos tomaron del brazo cuando les ofrecimos la mano —repuso, claramente irritada—. Les dimos poder, y ellos nos utilizaron en su beneficio en sus guerras sin sentido. Y cuando nos tomamos la libertad por nuestra mano, nos aniquilaron y después nos encerraron en estas celdas. ¡Y tus Generales no son diferentes! Te sirven porque están interesados por tu poder, no por lealtad. Cuando menos te lo esperes te apuñalarán por la espalda y volverán a encerrarte. Yo no pienso aliarme con los humanos, Kurama. Así que espero que no estés esperando nada de mí en agradecimiento por mi liberación.