5/11/2018, 19:47
Al pobre Akame casi se le cayeron los calzones del susto cuando una invitada inesperada se colocó a su lado, realizando un comentario que, sin saberlo, había tocado en diana.
—¡YEEEEEEEEEEEEEEEEEEEE! —el jōnin pegó un respingo mayúsculo, acompañado de un gritito para nada propio de un ninja veterano como él—. ¡No, no, no, claro que no! —respondió automáticamente, casi sin pararse a mirar quién era la chica que ahora estaba junto a él.
Para más inri, su desmesurada reacción había captado la atención tanto de la clientela de la floristería como del propio dueño, que estallaron en risas. Una señora con el rostro surcado de arrugas y gesto amable se le acercó, poniéndole una mano en el brazo.
—Está bien, shinobi-dono, todos tenemos derecho a sentir la llamada del amor —le consoló la anciana.
—¡Así que flores! Bien hecho, shinobi-san, yo pensaba que los chavales de hoy día ya no teníais ni puta idea de ligar —terció un hombre cuarentón, vestido con indumentaria de pescador y que llevaba un petate a cuestas.
Akame, abrumado por la reacción del público, se puso rojo como un tomate y se apresuró a soltar una negativa más falsa que un billete de treinta ryos mientras gesticulaba nerviosamente con las manos.
—¡No, no, no! ¡Se equivocan! —trató de mentir, sin éxito—. Son para, eh, bueno...
—¡YEEEEEEEEEEEEEEEEEEEE! —el jōnin pegó un respingo mayúsculo, acompañado de un gritito para nada propio de un ninja veterano como él—. ¡No, no, no, claro que no! —respondió automáticamente, casi sin pararse a mirar quién era la chica que ahora estaba junto a él.
Para más inri, su desmesurada reacción había captado la atención tanto de la clientela de la floristería como del propio dueño, que estallaron en risas. Una señora con el rostro surcado de arrugas y gesto amable se le acercó, poniéndole una mano en el brazo.
—Está bien, shinobi-dono, todos tenemos derecho a sentir la llamada del amor —le consoló la anciana.
—¡Así que flores! Bien hecho, shinobi-san, yo pensaba que los chavales de hoy día ya no teníais ni puta idea de ligar —terció un hombre cuarentón, vestido con indumentaria de pescador y que llevaba un petate a cuestas.
Akame, abrumado por la reacción del público, se puso rojo como un tomate y se apresuró a soltar una negativa más falsa que un billete de treinta ryos mientras gesticulaba nerviosamente con las manos.
—¡No, no, no! ¡Se equivocan! —trató de mentir, sin éxito—. Son para, eh, bueno...