7/11/2018, 00:17
Si bien había decidido intervenir en esa absurda pelea, también se había sorprendido cuando aquella mujer de cabello carmesí interrumpió las réplicas del marinero con una apabullante calma a la vez que pedía explicaciones del alboroto que había despertado la atención entre la gente del muelle. El peliblanco observó desde un ángulo poco favorable a la chica —pues ella quedaba de espaldas a éste— mientras seguía contemplando la escena.
— ¿Y a ti qué te importa? — soltó el hombre mayor, demostrando más fanfarronería que serenidad a pesar de su edad. Se entreveía la soberbia en su mirada y cierta ofensa por la intromisión de la desconocida. Pero pareció reconocer algún elemento en ella que pareció rebajar aquella tensión. — ¡Aquí el chico, que es un patán! Sólo le he pedido salmonetes de buena calidad. ¿Y qué me ha traído? ¡Nada! — repitió, esta vez remarcando con furia. — ¡Nada!
Al enterarse de aquella absurdidad, Fuukei no pudo reprimir un suspiro de reprobación. Repudiaba a la gente engreída. Por otro lado, el marinero intentó justificarse contando que el temporal frío había provocado la marcha migratoria de los salmonetes a aguas más cálidas y que, en esa época del año, se les hacía difícil conseguir un pescado como aquel. Pero el hombre hacía oídos sordos ante su capricho insatisfecho.
« No te metas, no te metas... No es asunto tuyo. A la abuela no le gustará. Y que dirá papá si otra vez... »
— ¿No está viendo que no es culpa del chico? Parece estúpido. — espetó contra el adulto cuando pretendía replicar una vez más. Luego, se sonrojó, sin saber muy bien donde meterse. A veces se olvidaba que era un mocoso de catorze años. — Ergh... Perdón.
— ¿Y a ti qué te importa? — soltó el hombre mayor, demostrando más fanfarronería que serenidad a pesar de su edad. Se entreveía la soberbia en su mirada y cierta ofensa por la intromisión de la desconocida. Pero pareció reconocer algún elemento en ella que pareció rebajar aquella tensión. — ¡Aquí el chico, que es un patán! Sólo le he pedido salmonetes de buena calidad. ¿Y qué me ha traído? ¡Nada! — repitió, esta vez remarcando con furia. — ¡Nada!
Al enterarse de aquella absurdidad, Fuukei no pudo reprimir un suspiro de reprobación. Repudiaba a la gente engreída. Por otro lado, el marinero intentó justificarse contando que el temporal frío había provocado la marcha migratoria de los salmonetes a aguas más cálidas y que, en esa época del año, se les hacía difícil conseguir un pescado como aquel. Pero el hombre hacía oídos sordos ante su capricho insatisfecho.
« No te metas, no te metas... No es asunto tuyo. A la abuela no le gustará. Y que dirá papá si otra vez... »
— ¿No está viendo que no es culpa del chico? Parece estúpido. — espetó contra el adulto cuando pretendía replicar una vez más. Luego, se sonrojó, sin saber muy bien donde meterse. A veces se olvidaba que era un mocoso de catorze años. — Ergh... Perdón.