13/11/2018, 21:46
Mes de Aliento Nevado del año 218
El invierno había dado inicio, provocando que un incesante y frio viento soplara desde el norte. Mori no Kuni era un país relativamente cálido, y aunque el prodigio de la nieve no se daba en su territorio, el descenso de la temperatura repercutía en su flora y fauna: muchas bestias, especialmente aves, eran llevadas por sus instintos a recorrer los caminos que llevaban al sur; y eran asentadas por la oportunidad en las entrañas de los bosques que aún permanecían cálidos y abundantes en alimento.
Esta época era motivo de festividades en muchos de los pueblos del Paraje de Bambu, siendo que organizaban grandes partidas de caza y emocionantes competencias de monteado. Vasta era la cantidad de turistas que visitaba aquellos recónditos poblados en busca del visceral estimulo de las peligrosas caserías diurnas y de los bulliciosos bacanales nocturnos.
Uno de esos pueblos, el más famoso por su linaje de grandes cazadores, era Kemonomura. Su nombre significaba “pueblo de las bestias”, nombre que no se debía únicamente a la variedad y fiereza de la vida silvestre que habitaba en sus alrededores. Era un lugar en constante actividad, donde la gente mostraba una siniestra combinación de fanatismo por la caza y de hospitalidad provinciana. Los ingresos del turismo le habían alimentado hasta alcanzar un tamaño considerable, con variedad de edificaciones de sólida y moderna construcción; donde los interminables amuletos y adornos fabricados con los trofeos de cientos de años de caza, le conferían un aire primitivo y rustico.
Aquella villa, aquel reducto de salvajismo y hedonismo perdido entre el bambú, era la clase de lugar a donde la gente peregrinaba para encontrarse cara a cara con el ser primitivo y cavernario que habita en cada ser humano, para entrar en comunión con su lado salvaje, para escuchar la voz del bosque y purgar sus aprensiones. Aquello le hacia la clase de lugar, que para bien o para mal, tenía algo que despertaba los intereses de cualquiera.