14/11/2018, 00:55
—Así es, shinobi-kun —respondió a Geki, cuyo nombre todavía desconocía—. Vivo solo. Con mis libros. Ellos siempre me hacen compañía —sonrió afable.
El alguacil puso una tetera a calentar y fue sacando cosas de la despensa para picotear. Un poco de pan integral con lonchas de salmón ahumado; un poco de embutido —principalmente jamón y chorizo; y queso con membrillo. Finalmente, les sirvió té verde.
Dejó que comiesen a gusto, sin querer angustiar su estómago con los detalles del escabroso asesinato que se había perpetrado. No fue hasta que ambos terminaron de comer, que empezó su relato.
—Alia fue hallada muerta el día tres de este mes, en la orilla de la ribera —empezó, con voz cansada—. Según el doctor, tenía marcas en el cuello que indicaban signos de estrangulación. Tampoco tenía los pulmones encharcados de agua, así que desechamos que muriese ahogada en el río. Se le había visto por última vez tres días antes, el treinta del mes anterior. Ryouta, su marido, aseguró que se despidió de ella aquella mañana. Que ella le había dicho que iba a visitar a su tía, que vive en Kasketo. Un pueblo cercano de la Ribera del Norte —les informó, por si lo desconocían—. Está a una hora a pie de aquí. Le dijo que no volvería hasta la noche. Sin embargo, pude hablar con la tía, y Alia nunca llegó a su casa.
»Algo tuvo que pasar por el camino.
El alguacil puso una tetera a calentar y fue sacando cosas de la despensa para picotear. Un poco de pan integral con lonchas de salmón ahumado; un poco de embutido —principalmente jamón y chorizo; y queso con membrillo. Finalmente, les sirvió té verde.
Dejó que comiesen a gusto, sin querer angustiar su estómago con los detalles del escabroso asesinato que se había perpetrado. No fue hasta que ambos terminaron de comer, que empezó su relato.
—Alia fue hallada muerta el día tres de este mes, en la orilla de la ribera —empezó, con voz cansada—. Según el doctor, tenía marcas en el cuello que indicaban signos de estrangulación. Tampoco tenía los pulmones encharcados de agua, así que desechamos que muriese ahogada en el río. Se le había visto por última vez tres días antes, el treinta del mes anterior. Ryouta, su marido, aseguró que se despidió de ella aquella mañana. Que ella le había dicho que iba a visitar a su tía, que vive en Kasketo. Un pueblo cercano de la Ribera del Norte —les informó, por si lo desconocían—. Está a una hora a pie de aquí. Le dijo que no volvería hasta la noche. Sin embargo, pude hablar con la tía, y Alia nunca llegó a su casa.
»Algo tuvo que pasar por el camino.