1/12/2018, 17:11
—Por cierto, me es difícil no decirte esto, espero no lo tomes a mal —habló la recién llegada, con cierto apuro en su tono de voz—. Tu rostro... Se ve muy agotado, y no sé sí el rojo sea el mejor color para esconder las ojeras... Aunque debo admitir que me gusta como se ve tus ojos con ese color carmesí.
Sin embargo, Kokuō se limitó a contemplarla con absoluta indiferencia mientras la muchacha escalaba entre gráciles saltos las cajas para colocarse a una altura similar a la suya. Debía admitir que parecía tener una habilidad superior a la de un humano normal y corriente, aunque no lucía ninguna bandana que la identificara como kunoichi.
«Se cree que las marcas de los párpados es maquillaje.»
Le explicó Ayame, pero aquello no provocó más que alzara una ceja.
—No es maquillaje, mis párpados son así de natural —respondió al fin, apoyando la barbilla sobre la palma de una mano—. Sobre lo otro, simplemente he tenido un viaje muy largo y cansado.
Y no era para menos. Desde que había resurgido en el Valle del Fin no había parado ni un solo instante: había caminado hasta el Bosque de Hongos en el País de los Bosques y desde allí se había visto obligada a escapar a todo correr hasta el borde oriental de Oonindo. Después de aquello su viaje hasta la Mediana Roja había sido más sosegado, pero aún así no se había permitido el lujo de detenerse a descansar más de lo estrictamente necesario para no desfallecer. Y no pensaba hacerlo hasta que se asentara en el País del Agua. Sin embargo, ella misma estaba notando ya los efectos de aquella travesía, con aquel cuerpo humano tan debilucho...
—Es una hermosa vista —comentó la muchacha, una vez acomodada a una buena altura.
«La vista de la libertad.» Completó Kokuō, asintiendo para sí.
—Deberías intentar dormir más, si no tendrás arrugas desde muy joven —expresó entonces, y cuando Kokuō dirigió sus iris hacia ella contempló como volvía a llevarse aquel palito a la boca y después le tendía la cajita—. ¿Quieres?
El Bijū entrecerró los ojos con recelo. Aquella debía ser la primera vez en la historia de Oonindo que un simple ser humano se atrevía a decirle a un Bijū algo sobre su aspecto o lo que debía hacer para mejorar su estado de salud. ¡Oh, cuánto cambiarían las cosas si supiera qué era realmente!
«¡Oh, vamos, sólo son Pokki! ¡Coge uno, por favor!»
«Y por eso siempre acaba cayendo en las trampas, señorita.»
—No, gracias, no tengo hambre —mintió, y Ayame prácticamente chilló de impotencia desde su interior. Bastante había hecho ya convenciéndola de aceptar la comida que le ofrecían en los establecimientos donde se habían hospedado. «¡No te van a envenenar en un sitio donde estás pagando, maldita sea, necesitas comer!», le había dicho. Pero de ahí a aceptar comida de desconocidos había un abismo que no pensaba cruzar—. ¿Siempre se preocupa así por un completo desconocido?