4/12/2018, 02:16
La noticia de que Uchiha Datsue era el Jinchūriki de Uzushiogakure cayó sobre el despacho como un mazazo. Kenzou lanzó una mirada atónita a Juro, y estuvo a punto de preguntarle de si estaba seguro de aquella afirmación, pero el muchacho había asegurado que Ayame, o su Bijū controlando su cuerpo, había visto a través de ambos.
—Así que él es uno de los llamados "Hermanos del Desierto"... Vaya, vaya... —comentó para sí, masajéandose la perilla que adornaba su barbilla. Entonces ladeó la cabeza hacia su propio Jinchūriki—. No has fallado a la aldea, Juro. Más bien al contrario, has regresado con una información muy jugosa, y aquella situación estaba fuera de tu control.
Pero si parecía que la cosa no podía complicarse más, el pobre Morikage enseguida descubriría cuán equivocado se encontraba. De alguna manera, los Bijū hablaban entre sí, se comunicaban, se congregaban en reuniones. ¿Pero cómo era posible, si cada una de aquellas Bestias estaba encerrada y sellada en una persona diferente, de aldeas diferentes? Por desgracia, ni Juro ni él llegarían a conocer la respuesta a aquella pregunta. Al menos por el momento. Lo que sí podían saber era que, por algún motivo, el Bijū de Ayame ya no podía hacerlo por su condición como nueva humana.
—Bestias con colas parlantes, Bijū reúnen entre sí, que se apoderan del cuerpo de sus Guardianes... —murmuraba Kenzou, paseándose de forma nerviosa por el despacho. Se masajeaba el puente de la nariz con los dedos índice y pulgar con gesto dolorido. La cabeza estaba a punto de estallarle con tanta información. La situación se le escapaba de entre los dedos, y Moyashi Kenzou era un hombre que odiaba no tenerlo todo bajo su estricto control—. ¿Qué tipo de advertencia, Juro? ¿Acaso están planeando destruir las aldeas de nuevo?
—Así que él es uno de los llamados "Hermanos del Desierto"... Vaya, vaya... —comentó para sí, masajéandose la perilla que adornaba su barbilla. Entonces ladeó la cabeza hacia su propio Jinchūriki—. No has fallado a la aldea, Juro. Más bien al contrario, has regresado con una información muy jugosa, y aquella situación estaba fuera de tu control.
Pero si parecía que la cosa no podía complicarse más, el pobre Morikage enseguida descubriría cuán equivocado se encontraba. De alguna manera, los Bijū hablaban entre sí, se comunicaban, se congregaban en reuniones. ¿Pero cómo era posible, si cada una de aquellas Bestias estaba encerrada y sellada en una persona diferente, de aldeas diferentes? Por desgracia, ni Juro ni él llegarían a conocer la respuesta a aquella pregunta. Al menos por el momento. Lo que sí podían saber era que, por algún motivo, el Bijū de Ayame ya no podía hacerlo por su condición como nueva humana.
—Bestias con colas parlantes, Bijū reúnen entre sí, que se apoderan del cuerpo de sus Guardianes... —murmuraba Kenzou, paseándose de forma nerviosa por el despacho. Se masajeaba el puente de la nariz con los dedos índice y pulgar con gesto dolorido. La cabeza estaba a punto de estallarle con tanta información. La situación se le escapaba de entre los dedos, y Moyashi Kenzou era un hombre que odiaba no tenerlo todo bajo su estricto control—. ¿Qué tipo de advertencia, Juro? ¿Acaso están planeando destruir las aldeas de nuevo?