6/12/2018, 13:52
—Bueno... no cómo usted se imagina —respondió Juro, para mayor preocupación de Moyashi Kenzou—. Metemo que es más complejo, de hecho. Piense en un tablero, y en tres fichas: Kusagakure es una, Uzushiogakure es otra, y Amegakure es otra. Pues al parecer, ahora hay una ficha más en el tablero, Morikage-sama. Una ficha muy peligrosa.
Kurama era su nombre. Y Juro sospechaba que se trataba del nombre de otro de los Bijū.
—Un Bijū muy poderoso... si es más poderoso que los vuestros sólo nos quedan el Hachibi y el Kyūbi como candidatos... —reflexionó el Morikage, llevándose una mano al mentón.
Pero aquello sólo era la punta del iceberg. Aquel tal Kurama había reunido a un grupo de ocho personas, Generales, con las que compartía su chakra y había sido él mismo quien había ayudado al Bijū de Ayame a romper sus cadenas con una técnica llamada Kyūjū Tensei, Transmigración de las Nueve Bestias. Una técnica que, al parecer, revertía el control entre el Jinchūriki y su Bijū. Y la intención de aquel antagonista recién entrado en escena no era otra que la de crear un Imperio. Un Imperio gobernado por aquellas demoníacas Bestias con Colas que dominara sobre los seres humanos.
La situación era terriblemente crítica.
El Morikage se mantuvo varios minutos en completo silencio, con la mirada perdida en algún punto de Kusagakure, más allá de los ventanales que rodeaban el despacho. Meditaba sobre la situación, sobre los pasos a seguir a continuación. Y sobre todo en Juro.
—De hecho, ayer mismo vino uno de tus compañeros a hablar conmigo: el joven Daigo —confesó—. Al parecer se encontró también con Aotsuki Ayame en el Valle del Fin, pero debió de ocurrir antes de vuestro encuentro porque no mencionó nada de que estuviera diferente ni de lo que me acabas de contar. Lo que sí me contó es que ambos se encontraron con una misteriosa mujer, pálida, de cabellos negros, con marcas bajo los ojos y capaz de manejar hielo negro como arma. El joven Daigo huyó del lugar después de que intentara atacarlos, pero dice que aún llegó a ver una explosión de luz negra en el último momento. Desconocemos qué ocurrió después, pero por lo que acabas de decir...
Kenzou se volvió hacia Juro, dándole la espalda a la aldea.
—Mucho me temo que, después de vuestros dos testimonios, aquella misteriosa mujer fuera uno de esos ocho Generales de los que me has hablado —explicó, acercándose con cierta lentitud a la mesa. Terminó por apoyar la mano sobre el tablero e inclinó el cuerpo hacia el muchacho—. Sé que eres lo suficientemente inteligente como para comprender que, si todo lo que me has contado es verdad, la situación es terriblemente grave, Juro —habló, sombrío—. Como Morikage, enviaré una carta a las otras dos aldeas para informarles sobre esto. Sobre todo a Yui-dono. Debe conocer lo que ha pasado con su Jinchūriki. ¿Qué ocurrió con el Bijū después de aquello?
Kurama era su nombre. Y Juro sospechaba que se trataba del nombre de otro de los Bijū.
—Un Bijū muy poderoso... si es más poderoso que los vuestros sólo nos quedan el Hachibi y el Kyūbi como candidatos... —reflexionó el Morikage, llevándose una mano al mentón.
Pero aquello sólo era la punta del iceberg. Aquel tal Kurama había reunido a un grupo de ocho personas, Generales, con las que compartía su chakra y había sido él mismo quien había ayudado al Bijū de Ayame a romper sus cadenas con una técnica llamada Kyūjū Tensei, Transmigración de las Nueve Bestias. Una técnica que, al parecer, revertía el control entre el Jinchūriki y su Bijū. Y la intención de aquel antagonista recién entrado en escena no era otra que la de crear un Imperio. Un Imperio gobernado por aquellas demoníacas Bestias con Colas que dominara sobre los seres humanos.
La situación era terriblemente crítica.
El Morikage se mantuvo varios minutos en completo silencio, con la mirada perdida en algún punto de Kusagakure, más allá de los ventanales que rodeaban el despacho. Meditaba sobre la situación, sobre los pasos a seguir a continuación. Y sobre todo en Juro.
—De hecho, ayer mismo vino uno de tus compañeros a hablar conmigo: el joven Daigo —confesó—. Al parecer se encontró también con Aotsuki Ayame en el Valle del Fin, pero debió de ocurrir antes de vuestro encuentro porque no mencionó nada de que estuviera diferente ni de lo que me acabas de contar. Lo que sí me contó es que ambos se encontraron con una misteriosa mujer, pálida, de cabellos negros, con marcas bajo los ojos y capaz de manejar hielo negro como arma. El joven Daigo huyó del lugar después de que intentara atacarlos, pero dice que aún llegó a ver una explosión de luz negra en el último momento. Desconocemos qué ocurrió después, pero por lo que acabas de decir...
Kenzou se volvió hacia Juro, dándole la espalda a la aldea.
—Mucho me temo que, después de vuestros dos testimonios, aquella misteriosa mujer fuera uno de esos ocho Generales de los que me has hablado —explicó, acercándose con cierta lentitud a la mesa. Terminó por apoyar la mano sobre el tablero e inclinó el cuerpo hacia el muchacho—. Sé que eres lo suficientemente inteligente como para comprender que, si todo lo que me has contado es verdad, la situación es terriblemente grave, Juro —habló, sombrío—. Como Morikage, enviaré una carta a las otras dos aldeas para informarles sobre esto. Sobre todo a Yui-dono. Debe conocer lo que ha pasado con su Jinchūriki. ¿Qué ocurrió con el Bijū después de aquello?