9/12/2018, 03:15
Los comensales reaccionaron con entusiasmo ante la propuesta de aquella mujer. Esta hizo un ademan teatral, se reclino y comenzó a soplar en la boquilla de su complejo instrumento. La música comenzó a fluir, de forma suave y meliflua.
—Es muy hábil —se dijo, mientras se dejaba atrapar por la melodía.
El instrumento se agitaba con el aire que le abandonaba a través de sus múltiples boquillas de madera, pero la música la mantenía bajo un control magistral, sin agitarse siquiera. Aun así, pese a lo relajante de la canción, resultaba ser solo un preámbulo necesario para aliviar las tensiones de los viajeros.
De forma paulatina, la energía y la intensidad de la canción fue en aumento, como un fuego alimentado por un fuelle. Ahora era más rítmica y la gente le acompañaba en los saltos con pisadas firmes y palmazos a las mesas. Antes de darse cuenta, Kazuma también estaba golpeando madera, sumándose a un improvisado coro.
—Esto se ha tornado muy animado —reconoció, al ver las sonrisas y gestos de los presentes.
El humilde festejo se prolongó unas cuantas horas, en donde casi todos se unieron en voz a cantos tan antiguos que se remontaban a los orígenes del poblado. La comida y las bebidas iban y venían, saciando el hambre y la sed de quienes se sabían afortunados de compartir aquella ocasión. Finalmente, a la media noche, la mujer se detuvo, un tanto agitada y bastante sedienta.
En eso se alzó sobre la mesa central un hombre de aspecto rustico y amplia sonrisa, que parecía tener algo importante que decir.
—¡Espero que la estén pasando bien, amigos! —rugió, con un tono afable—. Mañana comenzaran las competencias de cacería para los visitantes, por lo que es su oportunidad de vivir la verdadera experiencia de estar en Kemonomura —levanto unos cuantos anuncios, una suerte de formularios de inscripción—. ¡Vamos, ¿quienes quieren inscribirse y estar en el equipo de El cubil de ardillas?!
Y allí se quedaría, esperando que la gente, animada, le arrancara de las manos los formularios. Aquello era lo que muchos buscaban, pues si algo había que hacer en aquel pueblo y en aquella temporada era cazar; y ahora les estaban ofreciendo un permiso para internarse en los exclusivos y bien resguardados cotos de caza.
—Es muy hábil —se dijo, mientras se dejaba atrapar por la melodía.
El instrumento se agitaba con el aire que le abandonaba a través de sus múltiples boquillas de madera, pero la música la mantenía bajo un control magistral, sin agitarse siquiera. Aun así, pese a lo relajante de la canción, resultaba ser solo un preámbulo necesario para aliviar las tensiones de los viajeros.
De forma paulatina, la energía y la intensidad de la canción fue en aumento, como un fuego alimentado por un fuelle. Ahora era más rítmica y la gente le acompañaba en los saltos con pisadas firmes y palmazos a las mesas. Antes de darse cuenta, Kazuma también estaba golpeando madera, sumándose a un improvisado coro.
—Esto se ha tornado muy animado —reconoció, al ver las sonrisas y gestos de los presentes.
El humilde festejo se prolongó unas cuantas horas, en donde casi todos se unieron en voz a cantos tan antiguos que se remontaban a los orígenes del poblado. La comida y las bebidas iban y venían, saciando el hambre y la sed de quienes se sabían afortunados de compartir aquella ocasión. Finalmente, a la media noche, la mujer se detuvo, un tanto agitada y bastante sedienta.
En eso se alzó sobre la mesa central un hombre de aspecto rustico y amplia sonrisa, que parecía tener algo importante que decir.
—¡Espero que la estén pasando bien, amigos! —rugió, con un tono afable—. Mañana comenzaran las competencias de cacería para los visitantes, por lo que es su oportunidad de vivir la verdadera experiencia de estar en Kemonomura —levanto unos cuantos anuncios, una suerte de formularios de inscripción—. ¡Vamos, ¿quienes quieren inscribirse y estar en el equipo de El cubil de ardillas?!
Y allí se quedaría, esperando que la gente, animada, le arrancara de las manos los formularios. Aquello era lo que muchos buscaban, pues si algo había que hacer en aquel pueblo y en aquella temporada era cazar; y ahora les estaban ofreciendo un permiso para internarse en los exclusivos y bien resguardados cotos de caza.