10/12/2018, 21:55
Pero sí que había más cosas que saber al respecto. Juro le habló sobre el Nanabi, sobre su personalidad. Al contrario que el Gobi, al que había definidido como un ser muy educado pero rencoroso con los humanos, la Bestia de Siete Colas parecía ser más infantil y parecía estar obsesionado con la suerte (cosa que debía estar relacionada con el número de sus colas, suponía el Morikage). También parecía contrario a trabajar a favor de los planes de Kurama, pero nada le quitaría el gusto de observar el escenario desde la distancia como un mero espectador... con palomitas y refresco para su disfrute.
Pero para Kenzou, que Juro le estuviera hablando sobre los Bijū como si fueran seres humanos o criaturas tan inteligentes como ellos, todo le parecía un despropósito. ¿Cómo era posible que una ingente masa de chakra pudiese pensar, pudiese sentir, pudiese tener sus propias ideas?
«Hay mucho que aún no sabemos sobre ellos...» Reflexionó, masajeándose la perilla.
Juro también le habló sobre el hecho de que las Bestias se llamaban entre sí "hermanos" y hacían referencia a un "padre" que les había confiado unas últimas palabras.
—Lo único que se me ocurre es que ese Padre sea su creador; es decir, El Sabio de los Seis Caminos —habló, con sumo respeto. Y no era para menos, dada la figura legendaria de Rikudō Sennin. A él le debían todo lo que eran ahora. Si no fuera por él, los ninjas no existirían en aquellos instantes—. Pero no me consta que les confiara unas últimas palabras. Lo único que sabemos, por las fuentes oficiales, es que Rikudō Sennin creó a los Bijū dividiendo el chakra del Diez Colas para proteger a la humanidad de su terror.
El hombre se llevó una mano a la frente, con un terrible dolor de cabeza. Demasiada información en muy poco tiempo, demasiadas amenazas por frentes diferentes, demasiadas precauciones que tomar... Desde luego, una cosa estaba clara, todas las prioridades habían dado un vuelco de ciento ochenta grados.
Kenzou dejó resbalar la mano por el puente de su nariz y clavó los ojos en Juro. En Eikyo Juro. El Jinchūriki del Nanabi.
—Juro, ay, Juro... Espero que seas consciente, aunque sea mínimamente de la gravedad de la situación —habló con extrema gravedad, apoyando sendas manos en la superficie de la mesa. Dejó escapar un largo suspiro—. Esto no es fácil, nada fácil. Y vamos a tener que tomar medidas que, muchas veces, no nos van a gustar. Pero no hay más remedio...
Volvió a atravesarle con la mirada, y un extraño brillo apareció en sus ojos.
—Por eso voy a tener que pedirte que no vuelvas a salir de la aldea sin compañía de otro shinobi de esta aldea. Al menos por ahora. Espero que puedas entenderlo.
Pero para Kenzou, que Juro le estuviera hablando sobre los Bijū como si fueran seres humanos o criaturas tan inteligentes como ellos, todo le parecía un despropósito. ¿Cómo era posible que una ingente masa de chakra pudiese pensar, pudiese sentir, pudiese tener sus propias ideas?
«Hay mucho que aún no sabemos sobre ellos...» Reflexionó, masajeándose la perilla.
Juro también le habló sobre el hecho de que las Bestias se llamaban entre sí "hermanos" y hacían referencia a un "padre" que les había confiado unas últimas palabras.
—Lo único que se me ocurre es que ese Padre sea su creador; es decir, El Sabio de los Seis Caminos —habló, con sumo respeto. Y no era para menos, dada la figura legendaria de Rikudō Sennin. A él le debían todo lo que eran ahora. Si no fuera por él, los ninjas no existirían en aquellos instantes—. Pero no me consta que les confiara unas últimas palabras. Lo único que sabemos, por las fuentes oficiales, es que Rikudō Sennin creó a los Bijū dividiendo el chakra del Diez Colas para proteger a la humanidad de su terror.
El hombre se llevó una mano a la frente, con un terrible dolor de cabeza. Demasiada información en muy poco tiempo, demasiadas amenazas por frentes diferentes, demasiadas precauciones que tomar... Desde luego, una cosa estaba clara, todas las prioridades habían dado un vuelco de ciento ochenta grados.
Kenzou dejó resbalar la mano por el puente de su nariz y clavó los ojos en Juro. En Eikyo Juro. El Jinchūriki del Nanabi.
—Juro, ay, Juro... Espero que seas consciente, aunque sea mínimamente de la gravedad de la situación —habló con extrema gravedad, apoyando sendas manos en la superficie de la mesa. Dejó escapar un largo suspiro—. Esto no es fácil, nada fácil. Y vamos a tener que tomar medidas que, muchas veces, no nos van a gustar. Pero no hay más remedio...
Volvió a atravesarle con la mirada, y un extraño brillo apareció en sus ojos.
—Por eso voy a tener que pedirte que no vuelvas a salir de la aldea sin compañía de otro shinobi de esta aldea. Al menos por ahora. Espero que puedas entenderlo.