15/01/2019, 23:33
La primavera había entrado con una fuerza arrolladora. La madre naturaleza parecía haber recargado sus fuerzas con la entrada del nuevo año, y había decidido demostrarlo aquella mañana con una ostentosa exhibición que Amekoro Yui disfrutaba en primera línea, desde el balcón de su colosal torre. Los rayos cegaban sus pupilas, los truenos acuchillaban sin piedad sus tímpanos, la pesada cortina de agua caía sobre su cuerpo como un saco pesado y no le dejaban ver siquiera la primera fila de edificios que quedaban justo enfrente. Pero ella no dejaba de sonreír. Aquella era una vista sobrecogedora, a la par que sumamente hermosa. Porque ella era la máxima representante de la Villa Oculta de la Lluvia, y una tormenta así era como recibir una bendición del mismo Amenokami.
No todos pensaban lo mismo, por supuesto. Ni los paraguas más resistentes eran capaces de soportar un aguacero así, por lo que la mayoría de los Amejines había optado por no salir de casa aquella mañana si es que no tenían otra alternativa. Pero ni siquiera esto había frenado la mano de la mandataria de la aldea a la hora de hacer llamar a un determinado joven genin a su despacho.
Había pasado demasiado tiempo, no podían seguir de brazos cruzados sin hacer nada.