19/01/2019, 17:49
El atardecer caía, el mediodía hacía breve que le dejaba paso, y el sol poco a poco intentaba acostarse por el horizonte. Pero aún le faltaba trabajo por realizar, y hasta acabar su tarea, el astro rey no tenía permiso por parte de la reina del firmamento para descansar. Una eterna danza entre reyes, una loable y triste balada de dos amantes, que de manera perpetua están destinados a no poder besarse.
Dejando de lado los grandes males, los pequeños no cesaban tampoco. La tortura autoimpuesta por el Inuzuka a sobrenombre de entrenamiento no conocía descanso, salvo las escasas horas que dormía al anochecer. Llevaba ya un buen camino recorrido, pero el esfuerzo apenas había comenzado en su cerrera por la pole. Quería ser el mejor, y para ser el mejor no basta solo con talento natural... el talento es apenas la punta del iceberg, todo lo que esconde bajo el agua es puro entrenamiento y práctica. Al menos la constancia y la decisión estaban de parte del chico, y cuando se olvidaba, allí estaban su abuelo o Akane para recordárselo. Todo un detalle.
Como acostumbraba a ser, tras el almuerzo y el entrenamiento de fuerza en el gimnasio de la mansión, tocaba hacer cardio. Había diversas maneras, pero una de las mas frecuentadas por el chico era correr una docena de kilómetros. Ni mucho ni poco, lo suficiente para aumentar un poco su aguante.
La carrera en ésta ocasión estaba siendo guiada por Akane, que en sus ansias por descubrir un poco mas de las tierras que les rodeaban, terminó casi al borde de la ladea, literlamente. Los acantilados de la aldea se hacían a cada paso mas sonoros e inevitables. Allí, la brisa del atardecer, suave y fresca, se hacía notar un poco mas que en las propias calles de la villa. Quizás lo normal, dado la escasez de casas cerca para ejercer de parapeto al viento. La carrera estaba siendo mantenida a un ritmo no demasiado agresivo, pues el objetivo de la misma era la duración, no la intensidad.
De pronto, un grito sacudió los oídos de Akane y Etsu. Una voz que le sonaba de algo, acompañado de un estruendoso golpe.
Etsu miró a Akane, y no hicieron falta palabras, todo estaba claro como el agua. Aumentaron la velocidad de carrera, en pos de recortar las distancias hacia el lugar de los acontecimientos. Poco tardaron en ver a un chico de singular color de pelo, que golpeaba un pelele cubierto por una almohada.
—¿¿U-una... almohada...??
El Inuzuka no alcanzaba a comprenderlo. En su vida había visto algo parecido. ¿Por qué quería ese chico proteger el muñeco?
Como bien dicen, la curiosidad mató al gato.
No pudo evitarlo, y cual mosquito que vuela lentamente hacia la luz, el rastas se acercó a Daigo. Apenas recordaba su nombre, pero sabía que le conocía de algo. Sin embargo, su prioridad en ese momento era el comprender el porqué de esa almohada en el pelele.
—¿Tan fuerte te has vuelto que tienes que proteger al muñeco? —preguntó a modo de broma, curioso.
Dejando de lado los grandes males, los pequeños no cesaban tampoco. La tortura autoimpuesta por el Inuzuka a sobrenombre de entrenamiento no conocía descanso, salvo las escasas horas que dormía al anochecer. Llevaba ya un buen camino recorrido, pero el esfuerzo apenas había comenzado en su cerrera por la pole. Quería ser el mejor, y para ser el mejor no basta solo con talento natural... el talento es apenas la punta del iceberg, todo lo que esconde bajo el agua es puro entrenamiento y práctica. Al menos la constancia y la decisión estaban de parte del chico, y cuando se olvidaba, allí estaban su abuelo o Akane para recordárselo. Todo un detalle.
Como acostumbraba a ser, tras el almuerzo y el entrenamiento de fuerza en el gimnasio de la mansión, tocaba hacer cardio. Había diversas maneras, pero una de las mas frecuentadas por el chico era correr una docena de kilómetros. Ni mucho ni poco, lo suficiente para aumentar un poco su aguante.
La carrera en ésta ocasión estaba siendo guiada por Akane, que en sus ansias por descubrir un poco mas de las tierras que les rodeaban, terminó casi al borde de la ladea, literlamente. Los acantilados de la aldea se hacían a cada paso mas sonoros e inevitables. Allí, la brisa del atardecer, suave y fresca, se hacía notar un poco mas que en las propias calles de la villa. Quizás lo normal, dado la escasez de casas cerca para ejercer de parapeto al viento. La carrera estaba siendo mantenida a un ritmo no demasiado agresivo, pues el objetivo de la misma era la duración, no la intensidad.
De pronto, un grito sacudió los oídos de Akane y Etsu. Una voz que le sonaba de algo, acompañado de un estruendoso golpe.
Etsu miró a Akane, y no hicieron falta palabras, todo estaba claro como el agua. Aumentaron la velocidad de carrera, en pos de recortar las distancias hacia el lugar de los acontecimientos. Poco tardaron en ver a un chico de singular color de pelo, que golpeaba un pelele cubierto por una almohada.
—¿¿U-una... almohada...??
El Inuzuka no alcanzaba a comprenderlo. En su vida había visto algo parecido. ¿Por qué quería ese chico proteger el muñeco?
Como bien dicen, la curiosidad mató al gato.
No pudo evitarlo, y cual mosquito que vuela lentamente hacia la luz, el rastas se acercó a Daigo. Apenas recordaba su nombre, pero sabía que le conocía de algo. Sin embargo, su prioridad en ese momento era el comprender el porqué de esa almohada en el pelele.
—¿Tan fuerte te has vuelto que tienes que proteger al muñeco? —preguntó a modo de broma, curioso.
~ No muerdas lo que no piensas comerte ~