28/01/2019, 00:09
El ninja errante observaba cómo el humo abrazaba sin contemplación el Bosque. Bastó una brisa ligera, sin embargo, para revelar los estragos causados por semejante explosión. Varios bambúes habían caído chamuscados. La grama lucía negruzca, tintada por las abrasadoras llamas de un infierno contenido en un mísero papel. Y sobre ella, el rey moribundo siendo víctima del dolor que le causaban las numerosas quemaduras que ahora adornaban su piel.
Kaido observó al genin con desdén, desde su lejana posición. En su rostro: ni un ápice de arrepentimiento. Ni una pizca de duda. No, eso era lo que sucedía cuando alguien tenía los huevos de oponérsele. De tratar de entorpecer su camino. De poner en peligro su misión, tan vital como la vida misma.
Nadie iba a detenerle. Y si un amejin tenía que morir por ello, que así fuera.
—Podrías haber tenido un futuro brillante, no me cabe duda —alegó una voz vibrante e inhumana—. pero en este mundo basta una mala decisión, un simple error; un mira los huevos grandes que tengo para desechar ese futuro a la basura —le echó un último vistazo al moribundo, y negó con la cabeza—. hay que saber bien cuándo ser gallardo, y cuándo no.
Se dio vuelta y le dio la espalda a su villa otra vez. Ese era su papel.
—No sé si vivirás otro día, King Roga. Pero si lo haces, sólo espero que nos volvamos a encontrar en otras circunstancias. Vive, y te invitaré una cerveza. Contaremos tu casi final como una gran anécdota.
Y con aquella declaración de intenciones, el renegado continuó su rumbo. Sin mirar atrás. Aunque esperando que Ame no kami fuera justo con el desenlace de aquél encuentro.
Y claro que sí, Ame no kami tenía importantes planes para Roga. ¿Cómo dejarle morir de esa forma? por eso el destino llevó hasta su aparente tumba a una persona. Un ninja.
Éste le vio, inconsciente, y ... le regaló una nueva oportunidad.
Cuando Roga despertó, sintió el dolor otra vez apropiándose de su cuerpo. No era tan intenso como antes desde luego, pero estaba ahí. Eso quería decir que estaba vivo. ¿El cómo? no lo sabía. Tampoco sabía en dónde se encontraba. Estaba postrado en una cama de madera con un colchón desgastado en el interior lo que parecía ser una cabaña. La misma estaba iluminada con velas cuya luz le permitía ver un poco más allá. Una mesa, una silla y un escaparate destruido por el inclemente paso del tiempo.
Aún así, Roga estaba abrigado. Y las partes de su cuerpo donde había recibido las quemaduras de mayor gravedad ahora yacían cubiertas con vendajes blancos que envolvían las heridas y hacían presión, a su vez, a una mezcla de hierbas medicinales que aliviaban el dolor.
¿Se había salvado?
Kaido observó al genin con desdén, desde su lejana posición. En su rostro: ni un ápice de arrepentimiento. Ni una pizca de duda. No, eso era lo que sucedía cuando alguien tenía los huevos de oponérsele. De tratar de entorpecer su camino. De poner en peligro su misión, tan vital como la vida misma.
Nadie iba a detenerle. Y si un amejin tenía que morir por ello, que así fuera.
—Podrías haber tenido un futuro brillante, no me cabe duda —alegó una voz vibrante e inhumana—. pero en este mundo basta una mala decisión, un simple error; un mira los huevos grandes que tengo para desechar ese futuro a la basura —le echó un último vistazo al moribundo, y negó con la cabeza—. hay que saber bien cuándo ser gallardo, y cuándo no.
Se dio vuelta y le dio la espalda a su villa otra vez. Ese era su papel.
—No sé si vivirás otro día, King Roga. Pero si lo haces, sólo espero que nos volvamos a encontrar en otras circunstancias. Vive, y te invitaré una cerveza. Contaremos tu casi final como una gran anécdota.
Y con aquella declaración de intenciones, el renegado continuó su rumbo. Sin mirar atrás. Aunque esperando que Ame no kami fuera justo con el desenlace de aquél encuentro.
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Y claro que sí, Ame no kami tenía importantes planes para Roga. ¿Cómo dejarle morir de esa forma? por eso el destino llevó hasta su aparente tumba a una persona. Un ninja.
Éste le vio, inconsciente, y ... le regaló una nueva oportunidad.
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Cuando Roga despertó, sintió el dolor otra vez apropiándose de su cuerpo. No era tan intenso como antes desde luego, pero estaba ahí. Eso quería decir que estaba vivo. ¿El cómo? no lo sabía. Tampoco sabía en dónde se encontraba. Estaba postrado en una cama de madera con un colchón desgastado en el interior lo que parecía ser una cabaña. La misma estaba iluminada con velas cuya luz le permitía ver un poco más allá. Una mesa, una silla y un escaparate destruido por el inclemente paso del tiempo.
Aún así, Roga estaba abrigado. Y las partes de su cuerpo donde había recibido las quemaduras de mayor gravedad ahora yacían cubiertas con vendajes blancos que envolvían las heridas y hacían presión, a su vez, a una mezcla de hierbas medicinales que aliviaban el dolor.
¿Se había salvado?