29/01/2019, 01:06
¿Shu?
¡¿Shu?!
—¡Graaank, graaank! —graznó con potencia.
Roga no encontró nada con qué espantar al pajarraco. Tampoco tenía la fuerza como para que el objeto, fuese cual fuese, llegase hasta los linderos de la mesa. Sin embargo, muy pronto se daría cuenta de que aquello no era una alucinación, mucho menos un sueño. Roga seguía vivo, y coleando.
La puerta de la choza se abrió de un tumbo y un hombre emergió de entre las sombras. King Roga logró ver el cielo y la interperie, negruzco, así que entendió que era de noche.
—Bien, se ha despertado la cenicienta —dijo. Era una voz grave y profunda, acoplada a su apariencia. Era bastante alto, fornido y con cara de pocos amigos. Su tez era blanca, de cabello negro como el abismo que llevaba recogido en una cola, sostenida por un pincel. Tenía los brazos descubiertos y su pecho vestía orgullosamente un chaleco de jounin con las insignias y los colores de una aldea familiar: Amegakure. Además, tenía gran parte del cuerpo ataviado de tatuajes de animales. El más atractivo: las serpientes que le rodeaban el cuello, hipnotizantes—. ¿cómo van esas heridas?
Kurozuchi alzó la ceja derecha, resaltando esa cicatriz que se la abría a la mitad.
—¿Cómo te llamas, amejin?
¡¿Shu?!
—¡Graaank, graaank! —graznó con potencia.
Roga no encontró nada con qué espantar al pajarraco. Tampoco tenía la fuerza como para que el objeto, fuese cual fuese, llegase hasta los linderos de la mesa. Sin embargo, muy pronto se daría cuenta de que aquello no era una alucinación, mucho menos un sueño. Roga seguía vivo, y coleando.
La puerta de la choza se abrió de un tumbo y un hombre emergió de entre las sombras. King Roga logró ver el cielo y la interperie, negruzco, así que entendió que era de noche.
—Bien, se ha despertado la cenicienta —dijo. Era una voz grave y profunda, acoplada a su apariencia. Era bastante alto, fornido y con cara de pocos amigos. Su tez era blanca, de cabello negro como el abismo que llevaba recogido en una cola, sostenida por un pincel. Tenía los brazos descubiertos y su pecho vestía orgullosamente un chaleco de jounin con las insignias y los colores de una aldea familiar: Amegakure. Además, tenía gran parte del cuerpo ataviado de tatuajes de animales. El más atractivo: las serpientes que le rodeaban el cuello, hipnotizantes—. ¿cómo van esas heridas?
Kurozuchi alzó la ceja derecha, resaltando esa cicatriz que se la abría a la mitad.
—¿Cómo te llamas, amejin?