4/02/2019, 01:34
Ante aquel insistente llamado, la dueña del hogar fue la primera en reaccionar.
—¡Un momento, ahorita atiendo!— Diría con su voz amable mientras caminaba hasta la entrada, sosteniendo su inseparable escoba en una mano y abriendo la puerta con la otra.
Era una señora algo gordita, de estatura escasa que lo único que lograba era resaltar las llantitas. Vestía con las ropas más clásicas de un ama de casa, incluyendo falda y delantal. Piel clara que no conoció el sol durante la mayor parte de su vida, ojos grandes y azabaches, pero con un intenso brillo cómo el de la luna llena en la oscura noche. Lo especial radicaba en aquellos cabellos azulados, recogidos en un moño mientras el resto de su redondo rostro terminaba adornado por dos mechones dorados que nacían desde su frente y caían hacia los laterales de su cara.
—¿En qué puedo ayudarle?— Diría a quién fuera que estuviese del otro lado.
—¡Un momento, ahorita atiendo!— Diría con su voz amable mientras caminaba hasta la entrada, sosteniendo su inseparable escoba en una mano y abriendo la puerta con la otra.
Era una señora algo gordita, de estatura escasa que lo único que lograba era resaltar las llantitas. Vestía con las ropas más clásicas de un ama de casa, incluyendo falda y delantal. Piel clara que no conoció el sol durante la mayor parte de su vida, ojos grandes y azabaches, pero con un intenso brillo cómo el de la luna llena en la oscura noche. Lo especial radicaba en aquellos cabellos azulados, recogidos en un moño mientras el resto de su redondo rostro terminaba adornado por dos mechones dorados que nacían desde su frente y caían hacia los laterales de su cara.
—¿En qué puedo ayudarle?— Diría a quién fuera que estuviese del otro lado.