4/02/2019, 18:52
Paraguas en mano y sonrisa radiante en sus labios, Ayame caminaba por las calles de Amegakure sin una dirección concreta. Hacía muy poco que había regresado a su hogar, después de tanto tiempo desaparecida, y pasear por las calles de su aldea natal era una de las primeras cosas que más le apetecía en aquellos momentos. Quién le iba a decir que echaría tanto de menos una urbe tan artificial como aquella en la que la mano de la naturaleza había sido completamente subyugada, con aquellas cegadoras luces de neón a modo de sol y estrellas y los gigantes rascacielos de piedra y metal como burdos sustitutos de los árboles. Y allí estaba la kunoichi, sin embargo, absoluta y completamente feliz entre los suyos. A salvo en su hogar.
Sin embargo, era bien consciente de su estado actual. Tendría que ponerse a entrenar pronto si quería recuperar su forma física enseguida y no seguir quedándose atrás. Sobre todo tenía que alcanzar a Daruu, que no sólo la había superado ya en rango, ¡sino que además había conseguido firmar un pacto animal!
Sus pies la llevaron al siempre concurrido Distrito Comercial, a rebosar de gente a la que, como ella, no parecía importarle la lluvia que caía sobre sus cabezas; y tiendas y locales de todo tipo. Un súbito estruendo llamó su atención y Ayame llegó a ver por el rabillo del ojo a un vendedor de pescado persiguiendo a un gato blanco cerca de allí. No le concedió mayor importancia y, girando la umbela de su paraguas por encima de su cabeza, siguió caminando mientras tarareaba una alegre cancioncilla. En algún momento del paseo, unas brillantes luces de neón hirieron sus ojos. Se trataba de un restaurante que brillaba con la fuerza de una estrella pese a ser aún de día y la gente se aglomeraba a su alrededor como un auténtico rebaño.
«¿Y toda esa gente?» Se preguntó la muchacha, ladeando la cabeza. Y no pudo evitarlo, se acercó a curiosear. Al parecer había una oferta especial de dos platos por el precio por uno y la promoción de un helado gratis para todo aquel que subiera a un escenario de karaoke. «Vale... esto ya lo he vivido antes...» Pensó, recordando con cierta nostalgia aquel día de verano en el que Uzumaki Eri la había forzado a actuar con ella.
Una sonrisa nerviosa tembló en sus labios. Aquella situación era diferente, muy diferente. Ni estaba Eri con ella, ni se encontraba en una ciudad lejos del País de la Tormenta donde las posibilidades de que alguien la reconociera fueran prácticamente nulas. Lo único que faltaba ya era que la Jinchūriki de Amegakure se subiera a un escenario a cantar como si de una idol se tratara.
Ayame sacudió la cabeza con una risilla divertida y giró sobre sus talones, dispuesta a continuar su camino.
Sin embargo, era bien consciente de su estado actual. Tendría que ponerse a entrenar pronto si quería recuperar su forma física enseguida y no seguir quedándose atrás. Sobre todo tenía que alcanzar a Daruu, que no sólo la había superado ya en rango, ¡sino que además había conseguido firmar un pacto animal!
Sus pies la llevaron al siempre concurrido Distrito Comercial, a rebosar de gente a la que, como ella, no parecía importarle la lluvia que caía sobre sus cabezas; y tiendas y locales de todo tipo. Un súbito estruendo llamó su atención y Ayame llegó a ver por el rabillo del ojo a un vendedor de pescado persiguiendo a un gato blanco cerca de allí. No le concedió mayor importancia y, girando la umbela de su paraguas por encima de su cabeza, siguió caminando mientras tarareaba una alegre cancioncilla. En algún momento del paseo, unas brillantes luces de neón hirieron sus ojos. Se trataba de un restaurante que brillaba con la fuerza de una estrella pese a ser aún de día y la gente se aglomeraba a su alrededor como un auténtico rebaño.
«¿Y toda esa gente?» Se preguntó la muchacha, ladeando la cabeza. Y no pudo evitarlo, se acercó a curiosear. Al parecer había una oferta especial de dos platos por el precio por uno y la promoción de un helado gratis para todo aquel que subiera a un escenario de karaoke. «Vale... esto ya lo he vivido antes...» Pensó, recordando con cierta nostalgia aquel día de verano en el que Uzumaki Eri la había forzado a actuar con ella.
Una sonrisa nerviosa tembló en sus labios. Aquella situación era diferente, muy diferente. Ni estaba Eri con ella, ni se encontraba en una ciudad lejos del País de la Tormenta donde las posibilidades de que alguien la reconociera fueran prácticamente nulas. Lo único que faltaba ya era que la Jinchūriki de Amegakure se subiera a un escenario a cantar como si de una idol se tratara.
Ayame sacudió la cabeza con una risilla divertida y giró sobre sus talones, dispuesta a continuar su camino.