4/02/2019, 22:45
Tras unos cuántos minutos de espera, finalmente, ellos hicieron acto de aparición.
El primero de todos a la vanguardia era Kurozuchi. Pavoneándose de un lado a otro con sus tatuajes y su cara de pocos amigos. Ésta vez cargaba un enorme pergamino enrollado en la espalda, y sus prendas seguían siendo las habituales. Pantalones militares negros ajustados a un par de botas ninja, su chaleco de jounin con la placa que le identificaba como tal y, por supuesto, ese pincel tan característico y carismático de mango azulejo y de hebras intactas que parecían haber salido del pelaje de un león.
El segundo se trataba de un chico que aparentaba los quince. Era un poco más alto que el mismísimo Roga y tenía el cabello largo y de color azul marino eléctrico peinado hacia atrás en largos mechones que caían sobre su cuello, aunque sus laterales estaban rapados en un degradado de dos líneas que se asemejaban bastante al de un cometa que orbitaba su cabeza. Tenía el rostro fruncido, no sólo el ceño, y parecía molesto con la vida misma. Las cejas también las tenía pobladas y acababan en un arco que daba la sensación de estar viendo a un murciélago aleteando. De conjunto llevaba un haori rasgado y desgastado de tonalidades púrpuras tirando a azul que le dejaban los brazos libres. Lucía bastante musculado, también.
La tercera —oh, sí, porque era una mujer—. se trataba de una chica menuda de piel canela. Tenía un hermoso cabello largo, liso, que estaba atado en dos coletas que le hacían lucir como una muñeca lollipop. El color era un magenta, muy rosa, así que desde luego que no era su color de cabello natural. Sus orejas estaban adornadas con dos aretes con forma de rayo y en la espalda cargaba con una especie de vértebra de hierro ligero que le abrazaba las costillas donde calzaban al menos unas cuatro wakizachis con sus mangos adornados de lazos rosados.
—¡Jodeeeeeeeeeer, jodeeeeeeeeeeer!
—Coño, no grites. Si querías quedarte durmiendo no hubieras venido. Kurozuchi-sensei, por favor, dígale que cierre el pico.
El primero de todos a la vanguardia era Kurozuchi. Pavoneándose de un lado a otro con sus tatuajes y su cara de pocos amigos. Ésta vez cargaba un enorme pergamino enrollado en la espalda, y sus prendas seguían siendo las habituales. Pantalones militares negros ajustados a un par de botas ninja, su chaleco de jounin con la placa que le identificaba como tal y, por supuesto, ese pincel tan característico y carismático de mango azulejo y de hebras intactas que parecían haber salido del pelaje de un león.
El segundo se trataba de un chico que aparentaba los quince. Era un poco más alto que el mismísimo Roga y tenía el cabello largo y de color azul marino eléctrico peinado hacia atrás en largos mechones que caían sobre su cuello, aunque sus laterales estaban rapados en un degradado de dos líneas que se asemejaban bastante al de un cometa que orbitaba su cabeza. Tenía el rostro fruncido, no sólo el ceño, y parecía molesto con la vida misma. Las cejas también las tenía pobladas y acababan en un arco que daba la sensación de estar viendo a un murciélago aleteando. De conjunto llevaba un haori rasgado y desgastado de tonalidades púrpuras tirando a azul que le dejaban los brazos libres. Lucía bastante musculado, también.
La tercera —oh, sí, porque era una mujer—. se trataba de una chica menuda de piel canela. Tenía un hermoso cabello largo, liso, que estaba atado en dos coletas que le hacían lucir como una muñeca lollipop. El color era un magenta, muy rosa, así que desde luego que no era su color de cabello natural. Sus orejas estaban adornadas con dos aretes con forma de rayo y en la espalda cargaba con una especie de vértebra de hierro ligero que le abrazaba las costillas donde calzaban al menos unas cuatro wakizachis con sus mangos adornados de lazos rosados.
—¡Jodeeeeeeeeeer, jodeeeeeeeeeeer!
—Coño, no grites. Si querías quedarte durmiendo no hubieras venido. Kurozuchi-sensei, por favor, dígale que cierre el pico.