6/02/2019, 18:16
—Huh, yo creo que no es necesario. Muchos lugares tienen tapetes dónde secarte los zapatos antes de entrar, ¿no es suficiente con eso? —argumentó el muchacho, pero Ayame sacudió la cabeza.
—Puedes secarte los zapatos, pero tu pelo o tus ropas seguirán chorreando —respondió, señalándose a medida que hablaba—. Créeme, yo soy la primera que adora estar en contacto con el agua pero... no quiero molestar al resto.
Pero el chico se la había quedado mirándola fijamente, y antes de que Ayame pudiera preguntar qué ocurría, señaló su frente:
—Ese tatuaje de ahí se te ve bien.
Ella se ruborizó ante el inesperado halago.
—Gr... gracias, aunque no es un tatuaje, es una marca de nacimiento —confesó, alzando su mano libre para acariciar con la yema de los dedos la luna azul que le daba nombre a su familia. Aquella luna que tantos problemas le había dado hasta que había aprendido a convivir con ella y a mostrarla con orgullo.
—¿No tienes nada que hacer? —preguntó, tan de golpe que disparó todas las alarmas de Ayame.
«Oh, oh. Peligro.»
—Porque si no podría invitarte algo de comer, hay muchos lugares divertidos por aquí —añadió él, cruzándose de brazos con una socarrona sonrisa en su rostro. ¿Pero qué podía considerar divertido alguien como él?—. ¡Ah! Y no pienses que hago esto por interesado, no es nada romántico ni una cita ni nada por el estilo. No pienses mal, sólo quiero ser amable.
Pero Ayame no pudo sino sonreír con cierto nerviosismo. Siempre intentaba no juzgar a las personas por su apariencia, ¡pero por Amenokami, aquel muchacho parecía un camorrista a punto de sacarle un kunai para atracarla! ¡Sólo había que ver lo estrafalario de su peinado, su chaqueta de cuello alto y las múltiples cadenas que llevaba! ¿De verdad podía fiarse de alguien así, por muy compañero de oficio que fuera?
—¿I... invitas a comer a cualquier persona que acabas de conocer? —balbuceó, insegura, mientras volvía a voltear el paraguas por encima de su cabeza—. Ni siquiera me has dicho tu nombre...
—Puedes secarte los zapatos, pero tu pelo o tus ropas seguirán chorreando —respondió, señalándose a medida que hablaba—. Créeme, yo soy la primera que adora estar en contacto con el agua pero... no quiero molestar al resto.
Pero el chico se la había quedado mirándola fijamente, y antes de que Ayame pudiera preguntar qué ocurría, señaló su frente:
—Ese tatuaje de ahí se te ve bien.
Ella se ruborizó ante el inesperado halago.
—Gr... gracias, aunque no es un tatuaje, es una marca de nacimiento —confesó, alzando su mano libre para acariciar con la yema de los dedos la luna azul que le daba nombre a su familia. Aquella luna que tantos problemas le había dado hasta que había aprendido a convivir con ella y a mostrarla con orgullo.
—¿No tienes nada que hacer? —preguntó, tan de golpe que disparó todas las alarmas de Ayame.
«Oh, oh. Peligro.»
—Porque si no podría invitarte algo de comer, hay muchos lugares divertidos por aquí —añadió él, cruzándose de brazos con una socarrona sonrisa en su rostro. ¿Pero qué podía considerar divertido alguien como él?—. ¡Ah! Y no pienses que hago esto por interesado, no es nada romántico ni una cita ni nada por el estilo. No pienses mal, sólo quiero ser amable.
Pero Ayame no pudo sino sonreír con cierto nerviosismo. Siempre intentaba no juzgar a las personas por su apariencia, ¡pero por Amenokami, aquel muchacho parecía un camorrista a punto de sacarle un kunai para atracarla! ¡Sólo había que ver lo estrafalario de su peinado, su chaqueta de cuello alto y las múltiples cadenas que llevaba! ¿De verdad podía fiarse de alguien así, por muy compañero de oficio que fuera?
—¿I... invitas a comer a cualquier persona que acabas de conocer? —balbuceó, insegura, mientras volvía a voltear el paraguas por encima de su cabeza—. Ni siquiera me has dicho tu nombre...