9/02/2019, 17:22
—De nada, siempre que puedo hacerle un favor a alguien lo hago con gusto —respondió Roga, con una carcajada—. Y volviendo al tema... Si quieres entrenar por mi no hay ningún problema, aunque, bueno, tú incluso llegaste al examen chunin. No sé si yo te pueda servir para practicar siquiera, pero al menos haré el esfuerzo por no ser un simple saco para golpear. Tú dime dónde y yo te sigo.
—¡Genial! —exclamó ella, emocionada. Sin más, cerró el paraguas y dejó que la lluvia cayera directamente sobre ella. De todas maneras, no iba a poder luchar con el paraguas cubriéndola—. ¡Sígueme!
La kunoichi echó a correr y, con un par de saltos se subió primero a un tejadillo y después a una pequeña azotea. Se detuvo un momento, girando la cabeza para ubicarse, y a los pocos segundos saltó a la pared del edificio de enfrente y lo rodeó corriendo por la pared. Sin embargo, era consciente de su posición y por eso no estaba empleando su máxima velocidad para que su repentino contrincante pudiera seguirle el ritmo fácilmente. Al fin, al cabo de varios minutos de maniobras similares en las que Ayame parecía esforzarse por seguir los atajos más intrincados, llegaron a una plaza redonda de unos diez metros de diámetros, suelo de adoquines y bordeada por columnas que se alzaban hasta los cuatro metros. Aquel sitio solía ser un punto de encuentro entre shinobi, por lo que no muchos civiles se acercaban por allí si no era para contemplar alguna pelea.
—¡Este parece un buen sitio! —dijo, poniendo los brazos en jarras. Dejó el paraguas apoyado contra una de las columnas y se aproximó al centro del círculo—. ¿Qué me dices? —preguntó, volviéndose hacia Roga y levantando el brazo derecho, con los dedos índice y corazón extendidos en el tradicional sello del enfrentamiento.
«Ahora que lo pienso, como sólo salía de paseo no me he traído conmigo ni mi arco ni mi carcaj.» Pensó para sí. «Me tendré que conformar.»
—¡Genial! —exclamó ella, emocionada. Sin más, cerró el paraguas y dejó que la lluvia cayera directamente sobre ella. De todas maneras, no iba a poder luchar con el paraguas cubriéndola—. ¡Sígueme!
La kunoichi echó a correr y, con un par de saltos se subió primero a un tejadillo y después a una pequeña azotea. Se detuvo un momento, girando la cabeza para ubicarse, y a los pocos segundos saltó a la pared del edificio de enfrente y lo rodeó corriendo por la pared. Sin embargo, era consciente de su posición y por eso no estaba empleando su máxima velocidad para que su repentino contrincante pudiera seguirle el ritmo fácilmente. Al fin, al cabo de varios minutos de maniobras similares en las que Ayame parecía esforzarse por seguir los atajos más intrincados, llegaron a una plaza redonda de unos diez metros de diámetros, suelo de adoquines y bordeada por columnas que se alzaban hasta los cuatro metros. Aquel sitio solía ser un punto de encuentro entre shinobi, por lo que no muchos civiles se acercaban por allí si no era para contemplar alguna pelea.
—¡Este parece un buen sitio! —dijo, poniendo los brazos en jarras. Dejó el paraguas apoyado contra una de las columnas y se aproximó al centro del círculo—. ¿Qué me dices? —preguntó, volviéndose hacia Roga y levantando el brazo derecho, con los dedos índice y corazón extendidos en el tradicional sello del enfrentamiento.
«Ahora que lo pienso, como sólo salía de paseo no me he traído conmigo ni mi arco ni mi carcaj.» Pensó para sí. «Me tendré que conformar.»