13/02/2019, 11:49
—Esta bien... emmmm… me pongo a ello entonces —dijo Karamaru, levantándose de su asiento—. Volveré cuando terminé el trabajo Yui-sama entonces.
Pero Yui debió percibir la inseguridad del genin, porque antes de que saliera del despacho añadió:
—No me falles, Habaki Karamaru.
Y, pese a que el muchacho no era del todo avispado para aquellas cosas, la amenaza oculta en aquellas simples tres palabras quedó más que patente.
Para cuando Karamaru salió al exterior del edificio, dispuesto a entregarse a la tormenta de Amenokami, se dio cuenta de que esta había amainado. Seguía lloviendo, como era habitual en Amegakure, pero ya no era aquel torrente brutal que no dejaba ni siquiera ver a un palmo de distancia. La misión del monje había dado comienzo; pero, ¿por dónde debía comenzar?
Pero Yui debió percibir la inseguridad del genin, porque antes de que saliera del despacho añadió:
—No me falles, Habaki Karamaru.
Y, pese a que el muchacho no era del todo avispado para aquellas cosas, la amenaza oculta en aquellas simples tres palabras quedó más que patente.
Para cuando Karamaru salió al exterior del edificio, dispuesto a entregarse a la tormenta de Amenokami, se dio cuenta de que esta había amainado. Seguía lloviendo, como era habitual en Amegakure, pero ya no era aquel torrente brutal que no dejaba ni siquiera ver a un palmo de distancia. La misión del monje había dado comienzo; pero, ¿por dónde debía comenzar?