18/02/2019, 16:11
Afortunadamente, Karamaru conocía bastante bien las calles de su propia aldea. Al menos, las conocía lo suficiente como para no terminar perdido en ellas.
Así, el genin terminó por adentrarse en la marabunta de gente que volvía a inundar el Distrito Comercial y se dispuso a preguntar a la primera persona con la que topó. Se trataba de una mujer anciana, tan anciana que su diminuto cuerpo, aún cubierto de la lluvia por un maltrecho paraguas, parecía arrugarse aún más bajo la lluvia. Caminaba sostenida por un bastón, aunque la pobre mujer llevaba un paso tan lento y tembloroso que hasta un caracol podría haberla adelantado en aquellas circunstancias.
—¡Oh...! ¡Hola, muchacho! Qué amable por tu parte venir a hablar con este pobre saco de huesos, jejeje... —le saludó, con la voz cascada por el paso del tiempo—. ¿El señor Sakana? Oh, sí, es un buen hombre, sí... Aunque un poco cascarrabias, ya te lo digo yo: no deja que los gatos se acerquen a su tienda, no. Ya ves lo que le costaría darles una pequeña sardinilla a esos pobres angelitos... Pero no, en lugar de eso prefiere ahuyentarlos a escobazos. Debe ser porque no tiene mujer ni hijos —negó con la cabeza lentamente, entristecida—. Debería aprender un poco de generosidad, sí... ¿Entiendes lo que te digo? Tú, muchacho, no sigas sus pasos: búscate una buena esposa que te dé buenos hijos y tu corazón se hará grande y bueno. Oh, ¿sabías que el señor Sakana muchas veces sale a pescar al lago que rodea la aldea? Muchas veces le he preguntado si de verdad hay peces allí, pero él afirma rotundamente que sí... Pero no sé yo...
Así, el genin terminó por adentrarse en la marabunta de gente que volvía a inundar el Distrito Comercial y se dispuso a preguntar a la primera persona con la que topó. Se trataba de una mujer anciana, tan anciana que su diminuto cuerpo, aún cubierto de la lluvia por un maltrecho paraguas, parecía arrugarse aún más bajo la lluvia. Caminaba sostenida por un bastón, aunque la pobre mujer llevaba un paso tan lento y tembloroso que hasta un caracol podría haberla adelantado en aquellas circunstancias.
—¡Oh...! ¡Hola, muchacho! Qué amable por tu parte venir a hablar con este pobre saco de huesos, jejeje... —le saludó, con la voz cascada por el paso del tiempo—. ¿El señor Sakana? Oh, sí, es un buen hombre, sí... Aunque un poco cascarrabias, ya te lo digo yo: no deja que los gatos se acerquen a su tienda, no. Ya ves lo que le costaría darles una pequeña sardinilla a esos pobres angelitos... Pero no, en lugar de eso prefiere ahuyentarlos a escobazos. Debe ser porque no tiene mujer ni hijos —negó con la cabeza lentamente, entristecida—. Debería aprender un poco de generosidad, sí... ¿Entiendes lo que te digo? Tú, muchacho, no sigas sus pasos: búscate una buena esposa que te dé buenos hijos y tu corazón se hará grande y bueno. Oh, ¿sabías que el señor Sakana muchas veces sale a pescar al lago que rodea la aldea? Muchas veces le he preguntado si de verdad hay peces allí, pero él afirma rotundamente que sí... Pero no sé yo...