24/02/2019, 19:03
Nadie que viera a Roga saltando de aquella manera tan repentina, con el puño en alto, habría podido decir que hacía unos pocos segundos había estado tirado de cualquier manera sobre un charco de agua. Aquel súbito entusiasmo sobresaltó incluso a Ayame, que dio un pequeño paso hacia atrás ante el entusiasmo del chico.
—¡Pues andando! —gritó, tomando la delantera.
—V... vale... —respondió ella, dispuesta a seguir su estela.
Sus pasos les llevaron de vuelta al corazón del Distrito Comercial. Caminaron a lo largo de la avenida, hasta que llegado un punto Roga decidió descender hasta un callejón largo. Ayame, llena de curiosidad, paseó la mirada por la enorme variedad de puestos callejeros: juguetes, bisutería barata, cachivaches varios... Mirase adonde mirase, siempre había algo que llamara su atención. Roga la condujo hasta el final del callejón, y cuando Ayame agudizó el oído percibió el sonido de la música y los aplausos. El restaurante al que se estaban dirigiendo era el origen de todo aquel escándalo: un edificio de tejas tradicionales y farolillos que en lugar de velas iluminaban con focos.
—¡Es aquí! —clamó Roga—. No tengas pena por mojar el piso y eso, que incluso le puedes pedir una toalla a la dueña si quieres —se rio, y Ayame se sonrojó ligeramente—. ¡Pasa tú primero!
El interior del local estaba construido con un llamativo contraste entre lo moderno y lo tradicional: Cuadros de tinta colgando de las paredes, mobiliario más bien humilde, y macetas con platas artificiales diseminadas por el lugar. Pero el aspecto más llamativo era el escenario que se vislumbraba en el fondo, con una pantalla de grandes dimensiones en la que se podía leer la letra de las canciones que estaban siendo representadas en aquel momento por tres personas que cantaban sin ningún tipo de vergüenza... y también sin demasiado talento.
Ayame buscó una mesa libre para los dos y se dirigió a ella.
—¿Qué tipo de comida venden en este lugar? ¿Qué me recomiendas? —le preguntó a su acompañante.
—¡Pues andando! —gritó, tomando la delantera.
—V... vale... —respondió ella, dispuesta a seguir su estela.
Sus pasos les llevaron de vuelta al corazón del Distrito Comercial. Caminaron a lo largo de la avenida, hasta que llegado un punto Roga decidió descender hasta un callejón largo. Ayame, llena de curiosidad, paseó la mirada por la enorme variedad de puestos callejeros: juguetes, bisutería barata, cachivaches varios... Mirase adonde mirase, siempre había algo que llamara su atención. Roga la condujo hasta el final del callejón, y cuando Ayame agudizó el oído percibió el sonido de la música y los aplausos. El restaurante al que se estaban dirigiendo era el origen de todo aquel escándalo: un edificio de tejas tradicionales y farolillos que en lugar de velas iluminaban con focos.
—¡Es aquí! —clamó Roga—. No tengas pena por mojar el piso y eso, que incluso le puedes pedir una toalla a la dueña si quieres —se rio, y Ayame se sonrojó ligeramente—. ¡Pasa tú primero!
El interior del local estaba construido con un llamativo contraste entre lo moderno y lo tradicional: Cuadros de tinta colgando de las paredes, mobiliario más bien humilde, y macetas con platas artificiales diseminadas por el lugar. Pero el aspecto más llamativo era el escenario que se vislumbraba en el fondo, con una pantalla de grandes dimensiones en la que se podía leer la letra de las canciones que estaban siendo representadas en aquel momento por tres personas que cantaban sin ningún tipo de vergüenza... y también sin demasiado talento.
Ayame buscó una mesa libre para los dos y se dirigió a ella.
—¿Qué tipo de comida venden en este lugar? ¿Qué me recomiendas? —le preguntó a su acompañante.