26/02/2019, 00:39
—En condiciones normales si que faltaría poco, pero debemos dar un rodeo debido a que el acceso principal está cubierto de escombros por la última avalancha— dijo desde su asiento el viejo. —Probablemente no lleguemos sino al anochecer— Arreó al burro y cambió la dirección, saliéndose del sendero marcado.
—¿Entonces no pararemos a almozar siquiera? Diablos— Bufó y se cruzó de brazos.
—Doña Chiasa nos dio algo de tarta para el camino— La niña rebuscó entre una de las bolsas de la carreta para sacar unas cuantas rebanadas ya cortadas y se las extendió a ambos shinobis en una servilleta.
—Qué oportuno— sonrío y las tomó con gusto. —Demonios, le hubiera agradecido a la señora de haber sabido— No tardó en darle un gran mordisco a su rebanada.
La nevada aumentaría en intensidad, siendo que los débiles copos poco a poco se sentirían más pesados, cómo si quisiera golpearlos para hacerles retroceder. "Verga, este abrigo no es suficiente. Tengo la nariz y las orejas cómo témpanos. Casi me duelen las manos con este frío demoníaco." se encogió y se abrazó a si mismo ante la helada.
Pasarían algunas horas más, aunque realmente no sentirían al sol irse puesto que desde mucho antes las nubes ocultaron su presencia. Árboles coníferos empezarían a rodearles, mientras las marcas del paso de la carreta poco a poco se iban borrando con la caída de la nieve. Y sin embargo, el señor Hirashi mantenía rumbo fijo, como quién se sabe el camino de memoria. Finalmente, el cielo ennegreció al punto que todo a su alrededor parecían únicamente siluetas negras. "No me gustaría tener que pasar la noche acá afuera." Pero no sería necesario, pues lumbreras rojas a la distancia anunciaban que estaban acercándose a casas habitadas.
En Fukui no había luz eléctrica, así que en su lugar utilizaban aceites o leña para alumbrarse y mantenerse calientes. Las casas eran todas similares a cabañas de madera, con chimeneas de ladrillos que humeaban perennemente.
"Este sitio si que está alejado de la mano de Amenokami."
—¿Entonces no pararemos a almozar siquiera? Diablos— Bufó y se cruzó de brazos.
—Doña Chiasa nos dio algo de tarta para el camino— La niña rebuscó entre una de las bolsas de la carreta para sacar unas cuantas rebanadas ya cortadas y se las extendió a ambos shinobis en una servilleta.
—Qué oportuno— sonrío y las tomó con gusto. —Demonios, le hubiera agradecido a la señora de haber sabido— No tardó en darle un gran mordisco a su rebanada.
La nevada aumentaría en intensidad, siendo que los débiles copos poco a poco se sentirían más pesados, cómo si quisiera golpearlos para hacerles retroceder. "Verga, este abrigo no es suficiente. Tengo la nariz y las orejas cómo témpanos. Casi me duelen las manos con este frío demoníaco." se encogió y se abrazó a si mismo ante la helada.
Pasarían algunas horas más, aunque realmente no sentirían al sol irse puesto que desde mucho antes las nubes ocultaron su presencia. Árboles coníferos empezarían a rodearles, mientras las marcas del paso de la carreta poco a poco se iban borrando con la caída de la nieve. Y sin embargo, el señor Hirashi mantenía rumbo fijo, como quién se sabe el camino de memoria. Finalmente, el cielo ennegreció al punto que todo a su alrededor parecían únicamente siluetas negras. "No me gustaría tener que pasar la noche acá afuera." Pero no sería necesario, pues lumbreras rojas a la distancia anunciaban que estaban acercándose a casas habitadas.
En Fukui no había luz eléctrica, así que en su lugar utilizaban aceites o leña para alumbrarse y mantenerse calientes. Las casas eran todas similares a cabañas de madera, con chimeneas de ladrillos que humeaban perennemente.
"Este sitio si que está alejado de la mano de Amenokami."