7/03/2019, 16:54
—¿Mos…?
Lo que había sucedido le había dejado confusa. La voz aguda había aparecido de pronto a su lado, cerca de su pierna. Sin embargo, no había escuchado ningún paso, y no era posible que una persona se colocara tan sigilosamente y a ese nivel del suelo.
Porque la voz no venía de una persona. Era una araña negra enorme (enorme comparado con otras arañas). Y no solo eso: era una araña parlante. Que le pedía mosquitos.
Instintivamente, Ranko dio un salto hacia un lado para alejarse de la araña, se colocó en posición defensiva con las piernas flexionadas, y tomó la empuñadura de su wakizashi, Higanbana, sin desenfundarla del todo. Vio entonces, a unos metros de ella, al chico de piel morena y de cabellos rubios. Parecía acabar de llegar, y no se veía agresivo en postura, como si todo estuviese normal para él.
—¿A-ah? —La chica no comprendía. Dirigió la mirada a la araña, luego al chico, luego repitió ambas acciones al menos una decena de veces mientras pensaba, con una expresión confusa en demasía en su rostro.
”¿Eeeeh? ¡Espera Ranko! ¿Qué está pasando? ¡Hay una araña gigante frente a ti! ¡Y HABLA! Nunca había visto… bueno, escuchado… a un animal hablar. Solo en los cuentos y fábulas. Y generalmente son animales míticos, como dragones, o sabios, como los búhos, no… no arañas. ¿Me preguntó por mosquitos? Es… ¿tiene hambre? Entonces… ¿no es agresiva? No, creo que para que una araña quisiera comerme tendría que ser mucho más grande. No podría tragarme, ¿o sí? Aunque… ¿Cómo comen las arañas? ¿No disuelven a su presa con veneno? ¡Oh, entonces sí podria comerme! Creo. Pero… ¿Por qué no me atacó por detrás? ¿No hacen eso las arañas? ¡Ay, cómo quisiera ser una experta en arañas ahora mismo! Una… ahm… sí, una arañóloga. ¿Y el chico? ¿Es su amigo? ¿Será él a quien llamó… gilipollas? ¡Qué fea palabra! ¡No vuelvas a pensarla, Ranko! Entonces… Entonces…”
Miró al chico y movió la boca para intentar preguntarle algo, pero nada salió de sus labios más que un gruñido agudo. Carraspeó y bajó la mirada a la araña.
—Esto… ¿m-mosquitos? N-no… No, no tengo… —enfundó su espada por completo y alejó su mano de la empuñadura. Seguía sin creer qué estaba pasando, o por qué esa araña podía hablar. Pero, por alguna razón, se le hizo más fácil contestarle a ella que hablarle al desconocido —. No tengo mosquitos, lo siento. ¿Cómo…? ¿Por qué…? —Mil preguntas pasaron por su cabeza (unas cuatro, a decir verdad), pero decidió tomar la ruta amigable en lugar de la ruta escéptica —. ¿Por qué te dejó sin mosquitos?
Aunque la kunoichi ya no empuñaba a Higanbana y se erguía lentamente, su postura no se relajaba del todo, y se notaba a la defensiva más que nada.
Lo que había sucedido le había dejado confusa. La voz aguda había aparecido de pronto a su lado, cerca de su pierna. Sin embargo, no había escuchado ningún paso, y no era posible que una persona se colocara tan sigilosamente y a ese nivel del suelo.
Porque la voz no venía de una persona. Era una araña negra enorme (enorme comparado con otras arañas). Y no solo eso: era una araña parlante. Que le pedía mosquitos.
Instintivamente, Ranko dio un salto hacia un lado para alejarse de la araña, se colocó en posición defensiva con las piernas flexionadas, y tomó la empuñadura de su wakizashi, Higanbana, sin desenfundarla del todo. Vio entonces, a unos metros de ella, al chico de piel morena y de cabellos rubios. Parecía acabar de llegar, y no se veía agresivo en postura, como si todo estuviese normal para él.
—¿A-ah? —La chica no comprendía. Dirigió la mirada a la araña, luego al chico, luego repitió ambas acciones al menos una decena de veces mientras pensaba, con una expresión confusa en demasía en su rostro.
”¿Eeeeh? ¡Espera Ranko! ¿Qué está pasando? ¡Hay una araña gigante frente a ti! ¡Y HABLA! Nunca había visto… bueno, escuchado… a un animal hablar. Solo en los cuentos y fábulas. Y generalmente son animales míticos, como dragones, o sabios, como los búhos, no… no arañas. ¿Me preguntó por mosquitos? Es… ¿tiene hambre? Entonces… ¿no es agresiva? No, creo que para que una araña quisiera comerme tendría que ser mucho más grande. No podría tragarme, ¿o sí? Aunque… ¿Cómo comen las arañas? ¿No disuelven a su presa con veneno? ¡Oh, entonces sí podria comerme! Creo. Pero… ¿Por qué no me atacó por detrás? ¿No hacen eso las arañas? ¡Ay, cómo quisiera ser una experta en arañas ahora mismo! Una… ahm… sí, una arañóloga. ¿Y el chico? ¿Es su amigo? ¿Será él a quien llamó… gilipollas? ¡Qué fea palabra! ¡No vuelvas a pensarla, Ranko! Entonces… Entonces…”
Miró al chico y movió la boca para intentar preguntarle algo, pero nada salió de sus labios más que un gruñido agudo. Carraspeó y bajó la mirada a la araña.
—Esto… ¿m-mosquitos? N-no… No, no tengo… —enfundó su espada por completo y alejó su mano de la empuñadura. Seguía sin creer qué estaba pasando, o por qué esa araña podía hablar. Pero, por alguna razón, se le hizo más fácil contestarle a ella que hablarle al desconocido —. No tengo mosquitos, lo siento. ¿Cómo…? ¿Por qué…? —Mil preguntas pasaron por su cabeza (unas cuatro, a decir verdad), pero decidió tomar la ruta amigable en lugar de la ruta escéptica —. ¿Por qué te dejó sin mosquitos?
Aunque la kunoichi ya no empuñaba a Higanbana y se erguía lentamente, su postura no se relajaba del todo, y se notaba a la defensiva más que nada.
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