28/03/2019, 23:16
(Última modificación: 28/03/2019, 23:16 por Aotsuki Ayame.)
Fueron varios minutos después cuando una voz se alzó entre la del gentío:
—Y ahora, ¡King Rōga!
—¡Ya era hora maldita sea! —exclamó el aludido, levantándose de golpe—. ¡Y ahora te voy a demostrar lo profundo que puede llegar a ser el rock!
Ayame ni siquiera tuvo tiempo a responder antes de que saliera corriendo hacia el escenario. De alguna manera que la muchacha no alcanzaba a comprender, el encargado parecía extrañado de ver a Roga allí. Pero el muchacho subió sin mayor problema, tomó el micrófono, y el espectáculo comenzó.
La música comenzó a sonar, lenta, rítmica, y Roga la acompañó con un suave silbido y los ojos cerrados. Transcurridos varios segundos, comenzó a cantar y Ayame le escuchó con atención, con la barbilla apoyada en sendas manos. Y se sorprendió maravillándose ante el arte del muchacho, que vivía el momento disfrutándolo como propio. La pasión por la música quedaba patente en cada una de sus palabras, en cada movimiento de su cabello, en cómo apoyaba una rodilla en el suelo y seguía cantando con la mirada perdida en el techo. El público estalló en vítores, y Ayame les acompañó con entusiasmo.
—Debo reconocer que me has sorprendido, ¡qué buena actuación! —le comentó, con una amplia sonrisa, cuando regresó junto a ella—. Oye, a ti que te gusta tanto la música... ¿Por casualidad no habrás oído hablar del concurso de música que hacen anualmente en Tanzaku Gai?
—Y ahora, ¡King Rōga!
—¡Ya era hora maldita sea! —exclamó el aludido, levantándose de golpe—. ¡Y ahora te voy a demostrar lo profundo que puede llegar a ser el rock!
Ayame ni siquiera tuvo tiempo a responder antes de que saliera corriendo hacia el escenario. De alguna manera que la muchacha no alcanzaba a comprender, el encargado parecía extrañado de ver a Roga allí. Pero el muchacho subió sin mayor problema, tomó el micrófono, y el espectáculo comenzó.
La música comenzó a sonar, lenta, rítmica, y Roga la acompañó con un suave silbido y los ojos cerrados. Transcurridos varios segundos, comenzó a cantar y Ayame le escuchó con atención, con la barbilla apoyada en sendas manos. Y se sorprendió maravillándose ante el arte del muchacho, que vivía el momento disfrutándolo como propio. La pasión por la música quedaba patente en cada una de sus palabras, en cada movimiento de su cabello, en cómo apoyaba una rodilla en el suelo y seguía cantando con la mirada perdida en el techo. El público estalló en vítores, y Ayame les acompañó con entusiasmo.
—Debo reconocer que me has sorprendido, ¡qué buena actuación! —le comentó, con una amplia sonrisa, cuando regresó junto a ella—. Oye, a ti que te gusta tanto la música... ¿Por casualidad no habrás oído hablar del concurso de música que hacen anualmente en Tanzaku Gai?