1/04/2019, 15:54
En el ambiente se podía palpar una gran diferencia entre las demandas de Yota y las palabras de Daigo. Mientras que el primero, pese a mostrarse mucho más agresivo, no pareció causar un efecto demasiado intimidatorio en la dispar pareja que formaban Ushi y Ashi, la voz de Daigo —unida probablemente a su imponente complexión física— tenía un severo toque de autoridad que fue capaz de hacer dudar incluso al corpulento Ushi; que tenía fama en aquella ciudad de ser un tipo de lo más sólido, que no se arrugaba fácilmente.
—Ninjas, esto no tiene por qué acabar malamente para ninguno de nosotros —comenzó Ushi, mientras Ashi se mantenía callado taladrando con la mirada a Yota—. Hagamos algo. Nosotros nos vamos por allí —dijo, señalando con uno de sus dedos regordetes como salchichas al extremo del callejón que tenían a su espalda—, y vosotros os vais por allí. Cada uno a su casa, y los dioses en las de todos. Sin sangre, sin más problemas.
El Junco Ashi parecía a punto de protestar, pero una severa mirada de su compañero bastó para que se mordiese la lengua. A pesar de lo que le jodía admitirlo, aquel tipo larguilucho tenía miedo de los ninjas; sabía que eran buenos combatientes, que podían hacer toda clase de trucos y que eran peligrosos. No merecía la pena jugarse el tipo por cobrarle la deuda a un yonqui de mierda como Calabaza...
—Hmpf, como quieras —bufó, molesto—. Yo me abro.
Y así, Ashi dio media vuelta y, tras recoger su arma y enfundarla —si es que los ninjas le dejaban—, el Junco echó a andar entre maldiciones masculladas. Ushi miró a los dos shinobi con cara de "¿trato?" y luego intentó seguir a su compañero.
Mientras, el joven Calabaza —que había visto cómo milagrosamente era rescatado por esos dos ninjas que conocía bien—, se limitó a incorporarse y contestar a Kumopansa.
—¿Bien? No... No, no debo estar bien. ¡Seguro que estoy colocado! —respondió, con voz lastimera—. Ahora mismo estoy viendo una araña que habla...
—Ninjas, esto no tiene por qué acabar malamente para ninguno de nosotros —comenzó Ushi, mientras Ashi se mantenía callado taladrando con la mirada a Yota—. Hagamos algo. Nosotros nos vamos por allí —dijo, señalando con uno de sus dedos regordetes como salchichas al extremo del callejón que tenían a su espalda—, y vosotros os vais por allí. Cada uno a su casa, y los dioses en las de todos. Sin sangre, sin más problemas.
El Junco Ashi parecía a punto de protestar, pero una severa mirada de su compañero bastó para que se mordiese la lengua. A pesar de lo que le jodía admitirlo, aquel tipo larguilucho tenía miedo de los ninjas; sabía que eran buenos combatientes, que podían hacer toda clase de trucos y que eran peligrosos. No merecía la pena jugarse el tipo por cobrarle la deuda a un yonqui de mierda como Calabaza...
—Hmpf, como quieras —bufó, molesto—. Yo me abro.
Y así, Ashi dio media vuelta y, tras recoger su arma y enfundarla —si es que los ninjas le dejaban—, el Junco echó a andar entre maldiciones masculladas. Ushi miró a los dos shinobi con cara de "¿trato?" y luego intentó seguir a su compañero.
Mientras, el joven Calabaza —que había visto cómo milagrosamente era rescatado por esos dos ninjas que conocía bien—, se limitó a incorporarse y contestar a Kumopansa.
—¿Bien? No... No, no debo estar bien. ¡Seguro que estoy colocado! —respondió, con voz lastimera—. Ahora mismo estoy viendo una araña que habla...