7/04/2019, 19:18
El paisaje de las tierras del norte, un lugar frío por definición incluso en verano, a la vez que hermoso. A pesar de lo que todos piensan, incluso aquí se llega a derretir la nieve, aunque misteriosamente, la humedad y la altura son tales, que en ocasiones llega a nevar en la estación más calurosa. El paisaje era muy acogedor, y presenciar al horizonte las pequeñas casitas que describían como tal la pequeña ciudad de Yukio, muchas de las cuales él mismo había ayudado a construir, casi hacía emocionarse al joven Yotsuki. Habían pasado dos largos años desde que marchó al sur, en busca de revivir el mito que su familia tanto le había narrado de niño. Llegar a ser tan poderoso como los antiguos Raikage, vencer por sí mismo a hordas de enemigos con el más letal y temible lariat, y llegar a ser recordado, no por su carisma ni por sus dotes de liderazgo, sino por su ímpetu y su empeño en protegerlos a todos. Pero, a pesar de la planta y el aspecto rudo y fuerte del chico, aún le faltaba mucho camino. Los chicos de Amegakure parecían demasiado diferentes a él, a su forma de ver las cosas y no entendían su forma de vida. Le había costado mucho esfuerzo poder ser un ninja, y, ciertamente, aunque algo tarde y sin demasiados resultados, se sentía satisfecho por haber llegado hasta donde se encuentra.
A penas llegaba al pueblo, el mundo cambiaba para él. La gente reconocía al pequeño valor de Eijiro, a ese muchacho que, por sí mismo, logró transformar su chakra en rayos, sin ayuda de ningún adulto ni mucho menos, de ningún maestro, más que las anécdotas que hacían al muchacho temblar de emoción al oír de lo que sus antepasados eran capaces. Raitaro sólo llevaba una mochila pequeña, en la cual llevaba algunos de los platos que servían en la capital, los cuales eran para su familia. El recorrido era corto, desde la entrada al pueblo, tan solo en unos cinco minutos llegaría a casa, pero allí había mucha gente, muchos le conocían, y otros eran ninjas a los que Raitaro, en otra época, habría estado mirando pasar con admiración. Pero, a pesar de reconocerlo, los habitantes de Yukio no parecían estar muy seguros de hablar con el muchacho, saludándolo con simples gestos que confundían al muchacho, ¿qué estaba pasando?
A penas llegaba al pueblo, el mundo cambiaba para él. La gente reconocía al pequeño valor de Eijiro, a ese muchacho que, por sí mismo, logró transformar su chakra en rayos, sin ayuda de ningún adulto ni mucho menos, de ningún maestro, más que las anécdotas que hacían al muchacho temblar de emoción al oír de lo que sus antepasados eran capaces. Raitaro sólo llevaba una mochila pequeña, en la cual llevaba algunos de los platos que servían en la capital, los cuales eran para su familia. El recorrido era corto, desde la entrada al pueblo, tan solo en unos cinco minutos llegaría a casa, pero allí había mucha gente, muchos le conocían, y otros eran ninjas a los que Raitaro, en otra época, habría estado mirando pasar con admiración. Pero, a pesar de reconocerlo, los habitantes de Yukio no parecían estar muy seguros de hablar con el muchacho, saludándolo con simples gestos que confundían al muchacho, ¿qué estaba pasando?