9/04/2019, 16:23
Calabaza se rascó la cabeza, pensativo, ante la respuesta del arácnido.
—Eh, uh, nada, nada señora araña... —se corrigió. Por experiencia, aquel chico sabía que cuando el rebote te daba en toda la cabeza, lo mejor era no ponerse nervioso y tratar simplemente de que las alucinaciones pasaran lo antes posible.
Mientras, los kusajin seguían su dispar actuación. Claramente Yota y Daigo no se ponían de acuerdo sobre cómo había que despachar a los rufianes, y mientras uno exigía humillarlos por sus malos actos, el otro se contentaba con dejarles ir con el rabo entre las piernas. Ashi, el alto, parecía realmente nervioso y ante la insistente actitud de Yota de hacerle pedir disculpas de rodilla, se dio media vuelta y se alejó unos cuantos pasos mientras se mordía los nudillos del puño derecho. Le estaba costando muchísimo contenerse, pero su instinto de supervivencia —aguzado como el de cualquier tipo de los barrios bajos— le decía que no era buena idea meterse con dos ninjas.
Ushi, por su parte, parecía más habilidoso a la hora de ignorar las provocaciones de Yota —que, de cualquier modo, no lucía amenazante ni intimidatorio— y centrarse más en Daigo; éste último sí que daba verdadero miedo. Por fortuna para los sicarios, el peliverde no parecía estar interesado en que hubiera derramamiento de sangre. Ushi asintió.
—Desde luego que sí, lo sentimos profundamente —corroboró el Toro, con una leve inclinación de cabeza—. No volveremos a cruzarnos en vuestro camino, shinobis. Vámonos, Ashi.
Así, Ushi dio media vuelta y agarró a su antónimo estético del brazo para arrastrarle fuera del callejón. Calabaza por su parte había observado aquel despliegue de diplomacia por parte de los kusajin, y les agradeció el gesto.
—G... G... Gracias, ninjas... —balbuceó—. Me... Ugh, me han librado de una buena...
—Eh, uh, nada, nada señora araña... —se corrigió. Por experiencia, aquel chico sabía que cuando el rebote te daba en toda la cabeza, lo mejor era no ponerse nervioso y tratar simplemente de que las alucinaciones pasaran lo antes posible.
Mientras, los kusajin seguían su dispar actuación. Claramente Yota y Daigo no se ponían de acuerdo sobre cómo había que despachar a los rufianes, y mientras uno exigía humillarlos por sus malos actos, el otro se contentaba con dejarles ir con el rabo entre las piernas. Ashi, el alto, parecía realmente nervioso y ante la insistente actitud de Yota de hacerle pedir disculpas de rodilla, se dio media vuelta y se alejó unos cuantos pasos mientras se mordía los nudillos del puño derecho. Le estaba costando muchísimo contenerse, pero su instinto de supervivencia —aguzado como el de cualquier tipo de los barrios bajos— le decía que no era buena idea meterse con dos ninjas.
Ushi, por su parte, parecía más habilidoso a la hora de ignorar las provocaciones de Yota —que, de cualquier modo, no lucía amenazante ni intimidatorio— y centrarse más en Daigo; éste último sí que daba verdadero miedo. Por fortuna para los sicarios, el peliverde no parecía estar interesado en que hubiera derramamiento de sangre. Ushi asintió.
—Desde luego que sí, lo sentimos profundamente —corroboró el Toro, con una leve inclinación de cabeza—. No volveremos a cruzarnos en vuestro camino, shinobis. Vámonos, Ashi.
Así, Ushi dio media vuelta y agarró a su antónimo estético del brazo para arrastrarle fuera del callejón. Calabaza por su parte había observado aquel despliegue de diplomacia por parte de los kusajin, y les agradeció el gesto.
—G... G... Gracias, ninjas... —balbuceó—. Me... Ugh, me han librado de una buena...