10/04/2019, 21:47
Daruu miró a un lado y a otro. Sonrió.
—Roga, mira a tu alrededor. Sólo hay tumbas. Más adentro hay alguna cripta un poco más grande, pero... tendríamos que pasar por donde está el fuego —dijo Daruu, encogiéndose de hombros—. Lo mejor será que nos acerquemos, entonces. Cuidado.
El muchacho comenzó la marcha, muy lentamente, acercándose al humo. Conforme se iban acercando, a oídos de los dos llegó la voz de una mujer. Se quejaba, molesta, de que el fuego no avivara lo suficiente. Daruu arqueó una ceja, se levantó, y se acercó con algo más de confianza.
Había una muchacha que había acampado en el cementerio, en un claro sin tumbas. Había levantado una tienda de campaña y estaba encendiendo una hoguera, ahora que llegaba la noche. Era castaña, enjuta y con el pelo sucio. Iba vestida toda de marrón, y tenía unas gafas redondas muy grandes y un sombrero de cuero.
—Vamos... vamos... ¿¡por qué es tan difícil encender un fuego!? —Las llamas, tímidas, no eran más que unas pequeñas ascuas. Lo suficiente para levantar la humareda pero no lo suficiente para calentar ni para dar luz a alguien acampando en un siniestro cementerio.
—Eh... ¿hola?
—¡AAAHH! ¡Qué susto! —La muchacha pegó un brinco y se retiró a rastras hasta el pie de su tienda—. ¿Quié... quiénes sois?
—Lo mismo podría preguntarte yo a ti —contestó Daruu, y se cruzó de brazos.
—Roga, mira a tu alrededor. Sólo hay tumbas. Más adentro hay alguna cripta un poco más grande, pero... tendríamos que pasar por donde está el fuego —dijo Daruu, encogiéndose de hombros—. Lo mejor será que nos acerquemos, entonces. Cuidado.
El muchacho comenzó la marcha, muy lentamente, acercándose al humo. Conforme se iban acercando, a oídos de los dos llegó la voz de una mujer. Se quejaba, molesta, de que el fuego no avivara lo suficiente. Daruu arqueó una ceja, se levantó, y se acercó con algo más de confianza.
Había una muchacha que había acampado en el cementerio, en un claro sin tumbas. Había levantado una tienda de campaña y estaba encendiendo una hoguera, ahora que llegaba la noche. Era castaña, enjuta y con el pelo sucio. Iba vestida toda de marrón, y tenía unas gafas redondas muy grandes y un sombrero de cuero.
—Vamos... vamos... ¿¡por qué es tan difícil encender un fuego!? —Las llamas, tímidas, no eran más que unas pequeñas ascuas. Lo suficiente para levantar la humareda pero no lo suficiente para calentar ni para dar luz a alguien acampando en un siniestro cementerio.
—Eh... ¿hola?
—¡AAAHH! ¡Qué susto! —La muchacha pegó un brinco y se retiró a rastras hasta el pie de su tienda—. ¿Quié... quiénes sois?
—Lo mismo podría preguntarte yo a ti —contestó Daruu, y se cruzó de brazos.