11/04/2019, 15:58
—Yo... Me pueden decir Calabaza —respondió el indigente mientras atendía, desde una distancia segura, al desarrollo de los acontecimientos.
Por un momento parecía que todos iban a caminar de allí a salvo y sin mayores problemas, pero eso fue hasta que Yota decidió subir una marcha. El shinobi de Kusa se veía hambriento de conflicto, dispuesto a todo para que allí hubiera un derramamiento de sangre. Akame recordaba a Yota como un muchacho de pronto fácil y poca correa, pero nunca había creído que tuviera esa naturalidad para pasar de las bravuconadas a la agresión directa.
El kusajin disparó un fino hilo de telaraña por cada una de sus manos, que se pegaron a las ropas de los sicarios. Ushi y Ashi se voltearon, confusos, justo en el momento en el que Yota estaba haciendo sellos.
—¿¡Pero qué...!?
—¿¡Pero qué...!?
Una descarga eléctrica salió despedida de las manos del shinobi, viajando a través de su telaraña hasta alcanzar a los dos matones. El golpe no se hizo esperar; aquel Raiton les alcanzó de lleno, electrocutándolos levemente —Yota no había impreso demasiada potencia a su jutsu— y derribándolos para hacerles caer de espaldas sobre el suelo de la callejuela.
Calabaza observó que Daigo, por su parte, no parecía dispuesto a intervenir; si bien estaba claramente en desacuerdo con la agresión de su compañero a aquellos dos ciudadanos de bien. Por su parte, el indigente ya podía oler en el aire que aquello no iba a acabar de buena manera, y silencioso como una rata, trató de escabullirse a espaldas de los dos ninjas para abandonar la escena.
Ushi y Ashi se levantaron, aturdidos, y mientras el alto mascullaba improperios el bajo callaba.
—Ándate a buscar trufas —le dijo el bajito corpulento a su compañero—. Yo los retengo.
Ashi el Junco apretó los dientes y arrugó el rostro, pero acabó por aceptar. Se incorporó al mismo tiempo que su compañero y, a la carrera, se dio media vuelta y echó a correr en busca de esas "trufas". Entonces Ushi se metió la mano en la yukata, sacó un objeto que los ninjas no pudieron ver y lo estampó contra el suelo. Hubo un estallido como de una traca de petardos, y una humareda densa cubrió por momentos el callejón.
De la misma surgió la silueta menuda y robusta del sicario, empuñando un nunchaku en cada mano. Mientras los hacía girar de forma amenazadora, miraba alternativamente a los dos ninjas.
—¿Tenemos que hacerlo así?
Por un momento parecía que todos iban a caminar de allí a salvo y sin mayores problemas, pero eso fue hasta que Yota decidió subir una marcha. El shinobi de Kusa se veía hambriento de conflicto, dispuesto a todo para que allí hubiera un derramamiento de sangre. Akame recordaba a Yota como un muchacho de pronto fácil y poca correa, pero nunca había creído que tuviera esa naturalidad para pasar de las bravuconadas a la agresión directa.
El kusajin disparó un fino hilo de telaraña por cada una de sus manos, que se pegaron a las ropas de los sicarios. Ushi y Ashi se voltearon, confusos, justo en el momento en el que Yota estaba haciendo sellos.
—¿¡Pero qué...!?
—¿¡Pero qué...!?
Una descarga eléctrica salió despedida de las manos del shinobi, viajando a través de su telaraña hasta alcanzar a los dos matones. El golpe no se hizo esperar; aquel Raiton les alcanzó de lleno, electrocutándolos levemente —Yota no había impreso demasiada potencia a su jutsu— y derribándolos para hacerles caer de espaldas sobre el suelo de la callejuela.
Calabaza observó que Daigo, por su parte, no parecía dispuesto a intervenir; si bien estaba claramente en desacuerdo con la agresión de su compañero a aquellos dos ciudadanos de bien. Por su parte, el indigente ya podía oler en el aire que aquello no iba a acabar de buena manera, y silencioso como una rata, trató de escabullirse a espaldas de los dos ninjas para abandonar la escena.
Ushi y Ashi se levantaron, aturdidos, y mientras el alto mascullaba improperios el bajo callaba.
—Ándate a buscar trufas —le dijo el bajito corpulento a su compañero—. Yo los retengo.
Ashi el Junco apretó los dientes y arrugó el rostro, pero acabó por aceptar. Se incorporó al mismo tiempo que su compañero y, a la carrera, se dio media vuelta y echó a correr en busca de esas "trufas". Entonces Ushi se metió la mano en la yukata, sacó un objeto que los ninjas no pudieron ver y lo estampó contra el suelo. Hubo un estallido como de una traca de petardos, y una humareda densa cubrió por momentos el callejón.
De la misma surgió la silueta menuda y robusta del sicario, empuñando un nunchaku en cada mano. Mientras los hacía girar de forma amenazadora, miraba alternativamente a los dos ninjas.
—¿Tenemos que hacerlo así?