22/04/2019, 18:45
El clon adelantó al de la Tormenta como un caballo de carreras. Volteó el rostro para verle y le lanzó algunos ánimos teñidos de aquel humor ácido que le gustaba a Akame.
—¡Vamos, Rōga-san! ¡Estos completos desconocidos que iban a entregar a una niña a su prometido claramente en contra de su voluntad nos necesitan!
Pese a sus bromas sarcásticas, Akame estaba intrigado en todo aquello; no es que él fuese el Justiciero de Oonindo precisamente, pero ni por asomo le había perdido el valor a la vida humana como para dejar que media docena de personas fueran asesinadas o quemadas vivas ante sus ojos sin enterarse de lo que pasaba. Los ninja mataban y morían cuando se lo ordenaba su señor, ¿y Akame? Siendo una persona libre, Akame mataba cuando lo creía necesario; y moriría tan sólo cuando no le quedase más remedio. Antes de eso tenía muchas, muchas cosas que hacer en Oonindo.
No tardó mucho el renegado en darse cuenta de que aquellos porteadores habían caído en una trampa incendiaria. Varias explosiones más detonaron a su alrededor. Los ojos de Akame advirtieron una flecha surcando el cielo en dirección a una de las cajas de petardos que estaban dispuestas por el lugar; veloz, el exninja disparó uno de sus shuriken —clonados— contra el proyectil para intentar desviarlo y que no hiciera blanco.
—¡Rōga-san! ¡Ahí hay alguien! —le gritó el Uchiha a su compañero, señalándole en dirección a donde había visto la silueta cargando algo.
Por su parte, el Kage Bunshin se centró en tratar de intuir dónde estaba el tirador, a juzgar por la dirección en la que había venido la última flecha.
—Muchas —replicó Akame, encogiéndose de hombros—. Se me da bastante bien matar o salvar a las personas, pero lo que hay entre medias, no tanto.
El Uchiha observó cómo aquella joven dama adoptaba una postura perfectamente equilibrada, y algo dentro de él se removió de gusto; el Profesional que había en él, aun en vías de extinción, todavía se deleitaba con un protocolo exquisitamente ejecutado. Luego escuchó las palabras de la niña, que estaba evidentemente molesta, y quedó sumamente intrigado con sus peculiares ojos. «¿Dōjutsu?»
—Hmpf, no se puede acertar siempre —masculló el Uchiha, claramente molesto por que le llevaran la contraria. «"Acerté en que eres un extranjero", sí, ya, qué difícil. Como si hubiera muchos tipos como yo en tu pueblo. No te fastidia, la niña...»—. Itako Okawa, un gusto —respondió, con una leve inclinación de cabeza. Los exquisitos modales y el tono altivo de ella le hacían olvidar a Akame que estaba frente a una niña, pero al fin y al cabo, eso era—. Mi nombre no viene al caso, pero si lo necesitas, me puedes llamar Suzaku. Y bien, mi señora Okawa, ¿os importaría iluminarme?
—¡Vamos, Rōga-san! ¡Estos completos desconocidos que iban a entregar a una niña a su prometido claramente en contra de su voluntad nos necesitan!
Pese a sus bromas sarcásticas, Akame estaba intrigado en todo aquello; no es que él fuese el Justiciero de Oonindo precisamente, pero ni por asomo le había perdido el valor a la vida humana como para dejar que media docena de personas fueran asesinadas o quemadas vivas ante sus ojos sin enterarse de lo que pasaba. Los ninja mataban y morían cuando se lo ordenaba su señor, ¿y Akame? Siendo una persona libre, Akame mataba cuando lo creía necesario; y moriría tan sólo cuando no le quedase más remedio. Antes de eso tenía muchas, muchas cosas que hacer en Oonindo.
No tardó mucho el renegado en darse cuenta de que aquellos porteadores habían caído en una trampa incendiaria. Varias explosiones más detonaron a su alrededor. Los ojos de Akame advirtieron una flecha surcando el cielo en dirección a una de las cajas de petardos que estaban dispuestas por el lugar; veloz, el exninja disparó uno de sus shuriken —clonados— contra el proyectil para intentar desviarlo y que no hiciera blanco.
—¡Rōga-san! ¡Ahí hay alguien! —le gritó el Uchiha a su compañero, señalándole en dirección a donde había visto la silueta cargando algo.
Por su parte, el Kage Bunshin se centró en tratar de intuir dónde estaba el tirador, a juzgar por la dirección en la que había venido la última flecha.
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—Muchas —replicó Akame, encogiéndose de hombros—. Se me da bastante bien matar o salvar a las personas, pero lo que hay entre medias, no tanto.
El Uchiha observó cómo aquella joven dama adoptaba una postura perfectamente equilibrada, y algo dentro de él se removió de gusto; el Profesional que había en él, aun en vías de extinción, todavía se deleitaba con un protocolo exquisitamente ejecutado. Luego escuchó las palabras de la niña, que estaba evidentemente molesta, y quedó sumamente intrigado con sus peculiares ojos. «¿Dōjutsu?»
—Hmpf, no se puede acertar siempre —masculló el Uchiha, claramente molesto por que le llevaran la contraria. «"Acerté en que eres un extranjero", sí, ya, qué difícil. Como si hubiera muchos tipos como yo en tu pueblo. No te fastidia, la niña...»—. Itako Okawa, un gusto —respondió, con una leve inclinación de cabeza. Los exquisitos modales y el tono altivo de ella le hacían olvidar a Akame que estaba frente a una niña, pero al fin y al cabo, eso era—. Mi nombre no viene al caso, pero si lo necesitas, me puedes llamar Suzaku. Y bien, mi señora Okawa, ¿os importaría iluminarme?