24/04/2019, 14:44
«¡Upa! Alguien ha estado siendo un nene malo. Bueno, mi querido pirómano precoz, ¡es hora de darle fin a este alboroto!»
Como un rayo, el Uchiha sacó un par de shuriken de uno de sus portaobjetos y los arrojó hacia el agresor. Las estrellas metálicas trazarían sendas parábolas, una por la izquierda y otra por la derecha, hasta impactar en ambas manos del muchacho. Gracias al Sharingan —que aumentaba su ya de por sí nada despreciable destreza— Akame confiaba en poder ejecutar el tiro de forma que impidiese, aunque fuese momentáneamente, el uso de las manos a aquel incendiario puberto. También había tenido en cuenta que los proyectiles no eran reales sino meras copias, de forma que aunque todavía resultarían dañinos, era muy improbable que llegasen a causarle alguna herida grave al muchachito.
Acto seguido, se impulsó con ambas piernas para pegarse al tronco del bambú más cercano y, usando éste como soporte, saltar en dirección al muchacho para caerle encima como un ave rapaz sobre un indefenso ratoncillo. Trataría de placarle usando su peso y la pura gravedad para derribarlo; luego, agarrarle ambas muñecas para impedirle resistirse e incorporarse poniéndole la rodilla derecha en el pecho para ejercer algo de presión intimidatoria.
—Bueno, siento decirte que probablemente eso no es algo que otra persona simplemente pueda hacer —replicó Akame ante las palabras de Okawa, que aseguraba que su papel en Muramase era la de ofrecer guía espiritual y emocional—. Cada uno debe buscar su propio camino, el consuelo hallado en el exterior no es más que una ilusión... La verdadera paz se alcanza desde dentro.
Si algo había quedado intacto tras la violenta muerte y resurrección del Fénix, era la convicción de que las personas sólo podían alcanzar la realización plena y gobernarse adecuadamente en la vida a través del control de los propios pensamientos y las emociones. Era por esa misma razón que Akame sentía cierto rechazo por la idea de necesitar guías espirituales, y el simple concepto cada día le generaba más incomodidad. Incluso viéndose en mitad de un mundo fuertemente arraigado a las creencias espirituales, el Uchiha no podía sino remar a la contra.
La revelación que le hizo Okawa le dejó estupefacto por momentos. «¿Realmente puede ver en el corazón de las personas?» Repentinamente, el renegado sintió un profundo vértigo; ¿qué vería ella al mirar en el suyo? No sólo en lo que sentía en ese momento, sino más al fondo, allí donde apenas llegara la luz. Akame tuvo miedo. Y entonces entendió por qué Okawa había sido elegida para ofrecer consuelo a los afligidos; «es como un médico del espíritu...»
—Vaya, eso es... Sin duda una de las cosas más interesantes que he oído nunca —admitió, honesto—. ¿Quién es ese tal Kiyoshi, al que tanto nombras? Y, sobretodo, ¿de qué lado está?
Como un rayo, el Uchiha sacó un par de shuriken de uno de sus portaobjetos y los arrojó hacia el agresor. Las estrellas metálicas trazarían sendas parábolas, una por la izquierda y otra por la derecha, hasta impactar en ambas manos del muchacho. Gracias al Sharingan —que aumentaba su ya de por sí nada despreciable destreza— Akame confiaba en poder ejecutar el tiro de forma que impidiese, aunque fuese momentáneamente, el uso de las manos a aquel incendiario puberto. También había tenido en cuenta que los proyectiles no eran reales sino meras copias, de forma que aunque todavía resultarían dañinos, era muy improbable que llegasen a causarle alguna herida grave al muchachito.
Acto seguido, se impulsó con ambas piernas para pegarse al tronco del bambú más cercano y, usando éste como soporte, saltar en dirección al muchacho para caerle encima como un ave rapaz sobre un indefenso ratoncillo. Trataría de placarle usando su peso y la pura gravedad para derribarlo; luego, agarrarle ambas muñecas para impedirle resistirse e incorporarse poniéndole la rodilla derecha en el pecho para ejercer algo de presión intimidatoria.
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—Bueno, siento decirte que probablemente eso no es algo que otra persona simplemente pueda hacer —replicó Akame ante las palabras de Okawa, que aseguraba que su papel en Muramase era la de ofrecer guía espiritual y emocional—. Cada uno debe buscar su propio camino, el consuelo hallado en el exterior no es más que una ilusión... La verdadera paz se alcanza desde dentro.
Si algo había quedado intacto tras la violenta muerte y resurrección del Fénix, era la convicción de que las personas sólo podían alcanzar la realización plena y gobernarse adecuadamente en la vida a través del control de los propios pensamientos y las emociones. Era por esa misma razón que Akame sentía cierto rechazo por la idea de necesitar guías espirituales, y el simple concepto cada día le generaba más incomodidad. Incluso viéndose en mitad de un mundo fuertemente arraigado a las creencias espirituales, el Uchiha no podía sino remar a la contra.
La revelación que le hizo Okawa le dejó estupefacto por momentos. «¿Realmente puede ver en el corazón de las personas?» Repentinamente, el renegado sintió un profundo vértigo; ¿qué vería ella al mirar en el suyo? No sólo en lo que sentía en ese momento, sino más al fondo, allí donde apenas llegara la luz. Akame tuvo miedo. Y entonces entendió por qué Okawa había sido elegida para ofrecer consuelo a los afligidos; «es como un médico del espíritu...»
—Vaya, eso es... Sin duda una de las cosas más interesantes que he oído nunca —admitió, honesto—. ¿Quién es ese tal Kiyoshi, al que tanto nombras? Y, sobretodo, ¿de qué lado está?