25/04/2019, 17:30
(Última modificación: 25/04/2019, 23:02 por Uchiha Akame. Editado 1 vez en total.)
—¡Upa! Ya eres mío —anunció el Uchiha tras atrapar a aquel rapaz, verbalizando lo evidente. No se le pasó por alto que el chico parecía cagado de miedo, cosa normal por otra parte, pero que por algún motivo era incapaz de hablar. Un detalle de lo más curioso; Akame había estado en esa situación muchas veces, y normalmente los derrotados trataban de comprar su salvación con palabras. «¿Por qué tú no, eh?»
Tras desarmar al muchacho, el exjōnin se levantó, agarrándolo fuertemente y tratando de obligarle a incorporarse. Una vez en pie, le atrapó el brazo con una llave para inmovilizárselo tras la espalda, mientras todavía su kunai lamía la fina piel del cuello de aquel muchacho.
—¿Y qué hago contigo ahora, camarada? —preguntó, como pensando en voz alta—. Bueno, ya sé. ¿Qué tal si empiezas contándome por qué demonios tenías tanto interés en ayudar a tu amiguita a escapar?
Un rápido vistazo había revelado al Uchiha que Rōga parecía tener la situación con el fuego y los porteadores bajo control, de modo que se permitió olvidarse de ello por unos momentos. Sin embargo, era consciente de que si los aldeanos volvían probablemente aquel chico tendría que responder por sus actos; y pensaba usarlo en su beneficio.
—Yo que tú me quitaría la tontería de encima y hablaría rápido —enfundó el kunai y, ya con la mano libre, le calzó una buena colleja al chico—. Algo me dice que esos lugareños no van a estar demasiado contentos con el hecho de que hayas intentado prenderle fuego al bosque.
—Entiendo —replicó Akame. La historia de Kiyoshi le resultaba sumamente familiar, y si ya había empatizado con Okawa por una parte, tuvo que hacerlo con el huérfano por otra. Aquel sentimiento que la muchacha vidente probablemente percibiría era tan nuevo para él como para ella; en sus días de ninja Akame nunca se habría planteado semejantes dilemas morales. Él solía creer que "así eran las cosas", y que nadie podía hacer nada por cambiarlas. Pero después de haber sufrido en sus propias carnes la traición de todos los valores que había defendido llevando la bandana del Remolino y de volver a la vida por la caridad de la persona que le había hecho un arma... Ya no tenía tan claro qué pensar.
«Las palabras hieren más que las espadas...»
Cuando la muchacha sonrió, Akame pudo ver en ella el combustible de la esperanza. Aquello tan poderoso como para revivir a un muerto o condenar a un vivo a una existencia de miseria; bien él lo sabía. «¿Esto es lo correcto, darle esperanza? ¿No acabará siendo peor para ella? ¿No debería... resignarse a su destino?»
Algo dentro del chico que una vez había sido conocido como El Profesional se rehusó a la cruda resignación.
—Ningún niño merece pasar algo así —masculló, un tanto ausente, como pensando a viva voz—. Lo único que podemos hacer por ahora es alejarnos de aquí y ocultarte durante un tiempo, hasta que la cosa se enfríe. Luego... —titubeó—. Luego te buscamos un nuevo hogar lejos de aquí, de tus "deberes divinos" y de sectas raptadoras de niños. Un sitio donde puedas, bueno... Vivir en paz.
Tras desarmar al muchacho, el exjōnin se levantó, agarrándolo fuertemente y tratando de obligarle a incorporarse. Una vez en pie, le atrapó el brazo con una llave para inmovilizárselo tras la espalda, mientras todavía su kunai lamía la fina piel del cuello de aquel muchacho.
—¿Y qué hago contigo ahora, camarada? —preguntó, como pensando en voz alta—. Bueno, ya sé. ¿Qué tal si empiezas contándome por qué demonios tenías tanto interés en ayudar a tu amiguita a escapar?
Un rápido vistazo había revelado al Uchiha que Rōga parecía tener la situación con el fuego y los porteadores bajo control, de modo que se permitió olvidarse de ello por unos momentos. Sin embargo, era consciente de que si los aldeanos volvían probablemente aquel chico tendría que responder por sus actos; y pensaba usarlo en su beneficio.
—Yo que tú me quitaría la tontería de encima y hablaría rápido —enfundó el kunai y, ya con la mano libre, le calzó una buena colleja al chico—. Algo me dice que esos lugareños no van a estar demasiado contentos con el hecho de que hayas intentado prenderle fuego al bosque.
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—Entiendo —replicó Akame. La historia de Kiyoshi le resultaba sumamente familiar, y si ya había empatizado con Okawa por una parte, tuvo que hacerlo con el huérfano por otra. Aquel sentimiento que la muchacha vidente probablemente percibiría era tan nuevo para él como para ella; en sus días de ninja Akame nunca se habría planteado semejantes dilemas morales. Él solía creer que "así eran las cosas", y que nadie podía hacer nada por cambiarlas. Pero después de haber sufrido en sus propias carnes la traición de todos los valores que había defendido llevando la bandana del Remolino y de volver a la vida por la caridad de la persona que le había hecho un arma... Ya no tenía tan claro qué pensar.
«Las palabras hieren más que las espadas...»
Cuando la muchacha sonrió, Akame pudo ver en ella el combustible de la esperanza. Aquello tan poderoso como para revivir a un muerto o condenar a un vivo a una existencia de miseria; bien él lo sabía. «¿Esto es lo correcto, darle esperanza? ¿No acabará siendo peor para ella? ¿No debería... resignarse a su destino?»
Algo dentro del chico que una vez había sido conocido como El Profesional se rehusó a la cruda resignación.
—Ningún niño merece pasar algo así —masculló, un tanto ausente, como pensando a viva voz—. Lo único que podemos hacer por ahora es alejarnos de aquí y ocultarte durante un tiempo, hasta que la cosa se enfríe. Luego... —titubeó—. Luego te buscamos un nuevo hogar lejos de aquí, de tus "deberes divinos" y de sectas raptadoras de niños. Un sitio donde puedas, bueno... Vivir en paz.