26/04/2019, 14:03
Ushi ignoraba todo lo que estaba ocurriendo con Kumopansa, Calabaza y el otro kusajin de cabello verde. Su única preocupación era retener allí a los dos ninjas el tiempo suficiente para que Ashi pudiera avisar al resto y volver con refuerzos; sin morir en el intento, claro. Así pues, el anchote bajito agradeció las ganas de cháchara que tenía Yota; aunque por otra parte, le daban mala espina. Parecía que aquel ninja estuviera a su vez, interesado en hacerle perder el tiempo. ¿Para qué?, se preguntaba el Toro.
—Ya verás cómo vas a bailar cuando te haya partido las piernas, shinobi —amenazó sin alterar aquella expresión calma suya, ni elevar la voz—. Habéis cometido un error de tres pares de cojones metiéndoos con el Dedo Amarillo en nuestra propia casa. Os vamos a devolver a Kusagakure en cajas de pino, cabrones.
Ushi empezó a caminar sin dejar de darle el frente a Yota para situarse con una de las paredes del callejón a la espalda, de forma que no pudiera ser sorprendido por ninguno de los dos ninjas. Sus manos meneaban ambos nunchaku con una destreza nada despreciable, al menos para un matón callejero, y sus ojos oscuros no perdían detalle de lo que sucedía.