26/04/2019, 15:54
El estigma, es mucho más dañino de lo que puede parecer. La crueldad de los niños, la mente cerrada de los adultos. Kiyoshi era una víctima de ello. Más miedo le temía a sufrir una burla, que a perder su vida. Porque aunque le maltraran físicamente, la herida iba a sanar, dejaría de doler. En cambio las palabras se ensartaban en su memoria, repitiéndose. Aquello era un trauma que ya no obedecía a la razón sino que era un trastorno más allá de la lógica a la que podían intentar apelar.
Independientemente de la situación, él casi siempre estaba en miedo constante. Fue sólo el odio a sus detractores y el deseo de ayudar a la única persona que era capaz de escucharle sin reprocharle, que le animó a tal osadía de batalla. Pero ahora, sintiéndose acorralado, todo el envalentonamiento se había largado.
Fue el golpe en la nuca, lo que reventó su burbuja. Más que el estar atrapado, más que el golpe en la nuca, sentía la mirada tras de sí y por ello no podía hablar. Y aún así, falló en mantener su silencio, echando a llorar con la voz de una niña pequeña.
La chica sonrío ante la empatía del tal Suzaku. Ambos tenían dudas, pero eso era bueno.
—Yo también tengo inseguridad, al igual que tú. ¿Pero realmente es malo querer ser feliz?— Ladeó su cabeza y se acercó a él. —Perdón que sea tan, impertinente. Es sólo que, no puedo evitarlo. Todo el tiempo me he visto rodeada de personas que dicen una cosa, cuando en el fondo no se corresponden por ello. Ya sea una mentira piadosa o un engaño cruel. No puedo evitar reaccionar de determinada manera al conocer la verdad. Y sin embargo, en ti puedo percibir la misma incertidumbre que yo— Dio unas cuantas zapatadas al piso. —Por ahora, necesito un pequeño favor. ¿No hay un palo o caña cerca? No tengo mi cayado y necesito algo con lo cuál orientarme— pediría con rubor en sus blancas mejillas.
»¿Qué hay del otro que estaba contigo?
Independientemente de la situación, él casi siempre estaba en miedo constante. Fue sólo el odio a sus detractores y el deseo de ayudar a la única persona que era capaz de escucharle sin reprocharle, que le animó a tal osadía de batalla. Pero ahora, sintiéndose acorralado, todo el envalentonamiento se había largado.
Fue el golpe en la nuca, lo que reventó su burbuja. Más que el estar atrapado, más que el golpe en la nuca, sentía la mirada tras de sí y por ello no podía hablar. Y aún así, falló en mantener su silencio, echando a llorar con la voz de una niña pequeña.
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La chica sonrío ante la empatía del tal Suzaku. Ambos tenían dudas, pero eso era bueno.
—Yo también tengo inseguridad, al igual que tú. ¿Pero realmente es malo querer ser feliz?— Ladeó su cabeza y se acercó a él. —Perdón que sea tan, impertinente. Es sólo que, no puedo evitarlo. Todo el tiempo me he visto rodeada de personas que dicen una cosa, cuando en el fondo no se corresponden por ello. Ya sea una mentira piadosa o un engaño cruel. No puedo evitar reaccionar de determinada manera al conocer la verdad. Y sin embargo, en ti puedo percibir la misma incertidumbre que yo— Dio unas cuantas zapatadas al piso. —Por ahora, necesito un pequeño favor. ¿No hay un palo o caña cerca? No tengo mi cayado y necesito algo con lo cuál orientarme— pediría con rubor en sus blancas mejillas.
»¿Qué hay del otro que estaba contigo?