5/05/2019, 14:43
La técnica de Yota surtió efecto exactamente tal y como el shinobi había previsto; una estrategia de manual. De haber habido algún ninja entre el contingente enemigo, probablemente el Genjutsu no hubiera tenido tamaño impacto, pero allí frente a ellos sólo estaban media docena de matones de barrio y uno de sus jefes. Cuando aquellas horripilantes figuras empezaron a surgir del mismo suelo, de las paredes, del propio aire para abalanzarse sobre los sicarios entre lastimeros quejidos, éstos entraron en pánico... Y el caos se desató en el callejón.
Dos de los matones, armados con cachiporras, soltaron las armas y echaron a correr por donde habían venido. Por su apariencia parecían ser los más jóvenes y, por tanto, menos curtidos en la calle; de ahí que —probablemente— fueran los primeros en poner pies en polvorosa. De los cuatro matones restantes, dos de ellos se abalanzaron sobre las copias entre tajos y maldiciones, tratando en vano de asesinar a los zombies. Al ver que por cada uno que mataban, surgían dos en su lugar, empezaron a temer verdaderamente por sus vidas... Incluso a plena luz del día, aquella era una imagen sobrecogedora. No tardaron en dejar que el pánico les dominase y tratar de alejarse de los zombies con pasos torpes y el miedo en el rostro.
Ashi el Junco, por su parte, peleaba con uñas y dientes no sólo contra sus enemigos ilusorios, sino contra el descenso de moral entre la tropa de matones. Los dos sicarios restantes parecían los más veteranos y curtidos, y no se estaban dejando amilanar —demasiado— por los sirvientes de la niebla de Yota. Aun así, los tres estaban atrapados entre la multitud de zombies, incapaces de avanzar o hacer otra cosa que no fuese tratar de defenderse de los atacantes.
Daigo, por su parte, pese a ser más torpe que un guardaagujas y tener el sigilo de un elefante en una cristalería, contaba con la tremenda distracción que le estaba proporcionando el Genjutsu de Yota. Sin problemas pudo rodear la escena y colocarse donde quisiera hacerlo, pues los sicarios —los que no habían huído— estaban demasiado preocupados por aquella fantasmagórica arremetida como para prestarle atención.
Dos de los matones, armados con cachiporras, soltaron las armas y echaron a correr por donde habían venido. Por su apariencia parecían ser los más jóvenes y, por tanto, menos curtidos en la calle; de ahí que —probablemente— fueran los primeros en poner pies en polvorosa. De los cuatro matones restantes, dos de ellos se abalanzaron sobre las copias entre tajos y maldiciones, tratando en vano de asesinar a los zombies. Al ver que por cada uno que mataban, surgían dos en su lugar, empezaron a temer verdaderamente por sus vidas... Incluso a plena luz del día, aquella era una imagen sobrecogedora. No tardaron en dejar que el pánico les dominase y tratar de alejarse de los zombies con pasos torpes y el miedo en el rostro.
Ashi el Junco, por su parte, peleaba con uñas y dientes no sólo contra sus enemigos ilusorios, sino contra el descenso de moral entre la tropa de matones. Los dos sicarios restantes parecían los más veteranos y curtidos, y no se estaban dejando amilanar —demasiado— por los sirvientes de la niebla de Yota. Aun así, los tres estaban atrapados entre la multitud de zombies, incapaces de avanzar o hacer otra cosa que no fuese tratar de defenderse de los atacantes.
Daigo, por su parte, pese a ser más torpe que un guardaagujas y tener el sigilo de un elefante en una cristalería, contaba con la tremenda distracción que le estaba proporcionando el Genjutsu de Yota. Sin problemas pudo rodear la escena y colocarse donde quisiera hacerlo, pues los sicarios —los que no habían huído— estaban demasiado preocupados por aquella fantasmagórica arremetida como para prestarle atención.