6/05/2019, 05:51
El Yotsuki siempre buscaba sacar una enseñanza de las cosas, algo que aprender, algo útil. Podía ser banal, o indiferente para la mayoría. Pero tomó una decisión muy firme luego de observar la actitud de Akame. "No voy a terminar amargándome la vida como este sujeto. Amenokami no lo quiera." Demasiada seriedad para su cuerpo.
—¡Cla-claro!— El sujeto les miró de arriba para abajo, frotándose las manos con nerviosismo. —Pueden ir con calma— Pese a decir aquello, lucía algo incómodo ante el aspecto de los forasteros.
Rōga se percató de inmediato de ello. Estaba más que acostumbrado a las miradas prejuiciosas, al punto que eran lo más normal del mundo en su día a día. Por una vez, tenía la intención de sacar provecho de ello.
—Ohhhh~ Es usted tan amable, por brindarnos comida y un lugar para hospedarnos— Tomó las palabras de Akame para tergiversarlas a su favor con la respuesta positiva del sujeto.
—¡Alto! ¡Yo no-!— empezó a sudar a mares.
—¿Me está diciendo que no va a recompensarnos por haberles salvado la vida a ustedes y a los bambués sangrados? ¡Que falta de respeto retractarse de esa forma!— Torció el gesto en falsa seña de enojo, viendo amenazante de reojo al sujeto.
El hombre pro su lado se quedó tratamudo sin pronunciar nada ininteligible. ¿Cómo iba a decirles que era un malentendido? ¡Que eran shinobis y podían ponerlo en un aprieto! En especial cuando los dos parecían asaltantes de caminos, lo mejor era llevar la fiesta en paz.
—¡No no es eso!— Alzó ambas manos en gesto conciliador. —Pueden hospedarse en el Hostal de la Flor del Otoño. Sólo, sólo déjenme hacer unos arreglitos, ¿sí? Explic- Fue interrumpido por un joven Yotsuki que ya había pasado a su lado y le dio palmadas en la espalda.
—Tómese todo el tiempo del mundo— sacudió la cabeza y se fue andando, riendo de forma sórdida por lo bajo.
El clon ya estaría regresando a las inmediaciones de la guarida de Kiyoshi, con el habitual silencio del viento y los ocasionales ruidos de animales que se llegaban a perder de forma lejana entre los bambúes. Sería entonces, cuando escucharía nuevamente la tonada que inició todo aquel dilema.
Aquella frágil cancioncita no tenía una melodía especialmente pegadiza, ni tampoco es que la letra fuese profunda o sentimental. Simplemente, estaba ahí. Pero había una carga emocional en ella, que hacía temblar al escucharla. Una pureza que daba resquemor de ser tan real, pero que invitaba a creer.
Ahora podía ponerle nombre a la voz de esa canción, y ese nombre era Kiyoshi.
Lejos de quedarse resguardados como les había indicado, ambos estaban sentados fuera del lugar, en una roca sobresaliente no muy lejos de la gruta. El chico cantaba estando de espaldas a la muchacha, mientras ella tenía los ojos cerrados y lucía el rubor robado de las flores en sus mejillas del marfil de los palacios. No les importaba el peligro de exponerse con aquello; era muy difícil contener a dos corazones enamorados.
—¡Cla-claro!— El sujeto les miró de arriba para abajo, frotándose las manos con nerviosismo. —Pueden ir con calma— Pese a decir aquello, lucía algo incómodo ante el aspecto de los forasteros.
Rōga se percató de inmediato de ello. Estaba más que acostumbrado a las miradas prejuiciosas, al punto que eran lo más normal del mundo en su día a día. Por una vez, tenía la intención de sacar provecho de ello.
—Ohhhh~ Es usted tan amable, por brindarnos comida y un lugar para hospedarnos— Tomó las palabras de Akame para tergiversarlas a su favor con la respuesta positiva del sujeto.
—¡Alto! ¡Yo no-!— empezó a sudar a mares.
—¿Me está diciendo que no va a recompensarnos por haberles salvado la vida a ustedes y a los bambués sangrados? ¡Que falta de respeto retractarse de esa forma!— Torció el gesto en falsa seña de enojo, viendo amenazante de reojo al sujeto.
El hombre pro su lado se quedó tratamudo sin pronunciar nada ininteligible. ¿Cómo iba a decirles que era un malentendido? ¡Que eran shinobis y podían ponerlo en un aprieto! En especial cuando los dos parecían asaltantes de caminos, lo mejor era llevar la fiesta en paz.
—¡No no es eso!— Alzó ambas manos en gesto conciliador. —Pueden hospedarse en el Hostal de la Flor del Otoño. Sólo, sólo déjenme hacer unos arreglitos, ¿sí? Explic- Fue interrumpido por un joven Yotsuki que ya había pasado a su lado y le dio palmadas en la espalda.
—Tómese todo el tiempo del mundo— sacudió la cabeza y se fue andando, riendo de forma sórdida por lo bajo.
***
El clon ya estaría regresando a las inmediaciones de la guarida de Kiyoshi, con el habitual silencio del viento y los ocasionales ruidos de animales que se llegaban a perder de forma lejana entre los bambúes. Sería entonces, cuando escucharía nuevamente la tonada que inició todo aquel dilema.
Aquella frágil cancioncita no tenía una melodía especialmente pegadiza, ni tampoco es que la letra fuese profunda o sentimental. Simplemente, estaba ahí. Pero había una carga emocional en ella, que hacía temblar al escucharla. Una pureza que daba resquemor de ser tan real, pero que invitaba a creer.
Tomaré una flor roja
Para dársela a ella.
Y la colocaré
En sus cabellos.
Una flor roja, una flor roja
En sus cabellos
La flor florecerá y brillará con el sol
Tomaré una flor blanca
Para dársela a ella.
Y la colocaré
En sus cabellos
Una flor blanca, una flor blanca
En sus cabellos
La flor florecerá y brillará con el sol...
Brillará con el sol...
Para dársela a ella.
Y la colocaré
En sus cabellos.
Una flor roja, una flor roja
En sus cabellos
La flor florecerá y brillará con el sol
Tomaré una flor blanca
Para dársela a ella.
Y la colocaré
En sus cabellos
Una flor blanca, una flor blanca
En sus cabellos
La flor florecerá y brillará con el sol...
Brillará con el sol...
Ahora podía ponerle nombre a la voz de esa canción, y ese nombre era Kiyoshi.
Lejos de quedarse resguardados como les había indicado, ambos estaban sentados fuera del lugar, en una roca sobresaliente no muy lejos de la gruta. El chico cantaba estando de espaldas a la muchacha, mientras ella tenía los ojos cerrados y lucía el rubor robado de las flores en sus mejillas del marfil de los palacios. No les importaba el peligro de exponerse con aquello; era muy difícil contener a dos corazones enamorados.