6/05/2019, 19:21
El Uchiha se encogió de hombros por enésima vez desde que había conocido a Rōga; «menudos humos tiene, sin duda.» Aquel era probablemente el genin más peculiar que Akame había conocido nunca, y aunque manifestaba encajar en los prejuicios que el renegado tenía sobre la gente de la Lluvia, también tenía un carisma atípico y una forma de hacer las cosas que, a ojos del shinobi, evidenciaban un corazón bondadoso. «Si es que eso es posible en un ninja, claro», se replicó a sí mismo luego.
—No creo que pudieras escapar de mí aunque quisieras —se limitó a apostillar el shinobi con palpable calma. «Coño, menudo crío. Su sensei debe estar tirándose de los pelos.»
Cuando ambos finalmente entraron en el hostal, Akame tomó asiento en la misma mesa que Rōga con un suspiro cansado. Lo que en principio había comenzado como un descanso en el camino rápidamente había significado que ambos estaban envueltos en una trama de sectas, niños con poderes milagrosos —y eso ya era decir mucho, teniendo en cuenta que los dos muchachos estaban familiarizados con el Ninjutsu— y secuestradores. El Uchiha se quitó tanto la espada que llevaba a la espalda como el kasa que le cubría la cabeza con notoria tranquilidad, dejando la primera apoyada sobre la mesa y el segundo encima de la misma, junto a él. Rōga podría ver entonces con claridad la pluma azul eléctrico que reposaba entre las vendas de la oreja izquierda de Akame, una nota colorida en su figura más bien poco llamativa. Mientras el Yotsuki se hacía entender con el mesero, Akame sacó un cigarrillo de su tabaquera y lo prendió con un fósforo de la cajetilla que guardaba en uno de los bolsillos interiores de su yukata. Pitó un par de caladas y echó el humo, disfrutando del sabor amargo.
Sus ojos bajaron a la carta con curiosidad —todo el jaleo con Okawa y la comitiva le había dado más hambre de la que ya tenía—, sólo para comprobar que lo que decía Rōga era cierto; «joder, todo esto tiene menos sabor que un ladrillo.» Con cierta molestia —mitigada por el hecho de que iban a invitarles a la comida—, Akame devolvió la carta a su interlocutor.
—No quiero aprovecharme de la cortesía de esta gente, pero creo que voy a pedir dos de cada plato con tal de saciarme —aventuró, con una sonrisa socarrona—. Yo voy a tomar una ración de sashimi y otra de pollo al vapor. Ah, y pregúntale si tienen algún tipo de sake o licor local, que parece que te llevas bien con él.
Akame —o mejor dicho, su Kage Bunshin— se llevó una mano a la frente en claro gesto de resignación. No sólo los muchachos se exponían a cualquier peligro estando allí fuera, sino que además Kiyoshi parecía completamente incapaz de defenderse siquiera a sí mismo. El Uchiha suspiró, resignado, y se limitó a tratar de cargar el cuerpo inconsciente del joven sobre sus hombros, de forma que pudiera transportarlo al interior de la gruta.
—Venga, vamos. Aquí fuera llamaréis la atención tarde o temprano —instó a la mucacha.
Tras internarse en la grieta, el Kage Bunshin trató de depositar al niño inconsciente en el suelo, con la espalda pegada a la pared rocosa de forma que estuviese parcialmente incorporado. Luego se volvió hacia Okawa.
—Realmente este chaval tiene un problema con su voz, ¿eh? —dijo finalmente el ex jōnin—. Aun así, canta excelentemente bien. Quizás tendría un porvenir fuera de este bosque como artista, conozco a alguien que podría darle algunos consejos sobre imagen y autoestima —agregó, pensando inevitablemente en King Rōga.
—Quizás vuestro futuro lejos de Murasame no sea tan negro como pensaba.
—No creo que pudieras escapar de mí aunque quisieras —se limitó a apostillar el shinobi con palpable calma. «Coño, menudo crío. Su sensei debe estar tirándose de los pelos.»
Cuando ambos finalmente entraron en el hostal, Akame tomó asiento en la misma mesa que Rōga con un suspiro cansado. Lo que en principio había comenzado como un descanso en el camino rápidamente había significado que ambos estaban envueltos en una trama de sectas, niños con poderes milagrosos —y eso ya era decir mucho, teniendo en cuenta que los dos muchachos estaban familiarizados con el Ninjutsu— y secuestradores. El Uchiha se quitó tanto la espada que llevaba a la espalda como el kasa que le cubría la cabeza con notoria tranquilidad, dejando la primera apoyada sobre la mesa y el segundo encima de la misma, junto a él. Rōga podría ver entonces con claridad la pluma azul eléctrico que reposaba entre las vendas de la oreja izquierda de Akame, una nota colorida en su figura más bien poco llamativa. Mientras el Yotsuki se hacía entender con el mesero, Akame sacó un cigarrillo de su tabaquera y lo prendió con un fósforo de la cajetilla que guardaba en uno de los bolsillos interiores de su yukata. Pitó un par de caladas y echó el humo, disfrutando del sabor amargo.
Sus ojos bajaron a la carta con curiosidad —todo el jaleo con Okawa y la comitiva le había dado más hambre de la que ya tenía—, sólo para comprobar que lo que decía Rōga era cierto; «joder, todo esto tiene menos sabor que un ladrillo.» Con cierta molestia —mitigada por el hecho de que iban a invitarles a la comida—, Akame devolvió la carta a su interlocutor.
—No quiero aprovecharme de la cortesía de esta gente, pero creo que voy a pedir dos de cada plato con tal de saciarme —aventuró, con una sonrisa socarrona—. Yo voy a tomar una ración de sashimi y otra de pollo al vapor. Ah, y pregúntale si tienen algún tipo de sake o licor local, que parece que te llevas bien con él.
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Akame —o mejor dicho, su Kage Bunshin— se llevó una mano a la frente en claro gesto de resignación. No sólo los muchachos se exponían a cualquier peligro estando allí fuera, sino que además Kiyoshi parecía completamente incapaz de defenderse siquiera a sí mismo. El Uchiha suspiró, resignado, y se limitó a tratar de cargar el cuerpo inconsciente del joven sobre sus hombros, de forma que pudiera transportarlo al interior de la gruta.
—Venga, vamos. Aquí fuera llamaréis la atención tarde o temprano —instó a la mucacha.
Tras internarse en la grieta, el Kage Bunshin trató de depositar al niño inconsciente en el suelo, con la espalda pegada a la pared rocosa de forma que estuviese parcialmente incorporado. Luego se volvió hacia Okawa.
—Realmente este chaval tiene un problema con su voz, ¿eh? —dijo finalmente el ex jōnin—. Aun así, canta excelentemente bien. Quizás tendría un porvenir fuera de este bosque como artista, conozco a alguien que podría darle algunos consejos sobre imagen y autoestima —agregó, pensando inevitablemente en King Rōga.
—Quizás vuestro futuro lejos de Murasame no sea tan negro como pensaba.