8/05/2019, 15:42
(Última modificación: 8/05/2019, 15:42 por Uchiha Akame.)
Si en algún momento de su vida Akame había tenido ganas de matar a alguien, podría jurar que fue en ese. Sus ojos negros observaron a la muchacha como dos pozos de alquitrán, pero por dentro ardía en deseos de estrangularla con sus propias manos y luego pegarle fuego al hostal. «Esa idea ha sido muy... Shukaku», se corrigió luego. No echaba de menos a su molesto huésped, pero incluso un tipo tan recto como Akame tenía que admitir que se le habían pegado algunas malas inclinaciones. Le sostuvo la mirada a la cría durante unos instantes —en un patético y desequilibrado duelo— y luego fumó una última pitada antes de apagar el tabaco.
—Claro. Cómo no —respondió, con una sonrisa lobuna en la que dejó escapar toda su repentina ansia homicida. Pocas cosas le jodían tanto como que le obligasen a apagarse un cigarro nada más encenderlo—. Anda, ve y tráenos esa botella de sake honjozu. Sé buena.
«Jódete, niñata. No te joroba, la tía, me cago en todo, ¿qué demonios se habrá creído? ¿Estamos en un puto pueblo perdido de la mano de los dioses y se permite salirnos con estas mierdas?»
Cuando la muchacha se marchó, Akame suspiró para tratar de relajarse. Luego miró a Rōga.
—Estoy empezando a pensar que no hay nadie "normal" en este agujero —replicó, todavía irritado por que le hubieran hecho apagar el cigarrillo—. Pero te voy a decir algo, espero que esta niñata también sepa percibir las emociones ajenas, porque te juro que probablemente ahora mismo yo sea capaz de provocarle una indigestión sólo de la molestia que tengo.
Resignado, el Uchiha acabó por recostarse contra el respaldo de su asiento.
—¿Y cuál es tu historia, Rōga? ¿A qué que un aspirante a estrella musical se mete a ninja?
El Kage Bunshin no pudo evitar soltar una pedorreta ante la historia que le contaba Okawa. Recostado contra la pared rocosa, la dejó terminar el relato y luego habló.
—Gran moraleja. Déjame que te cuente yo una historia —contraatacó—. Un sabio anciano y un mercenario embutido en armadura caminaban juntos por un sendero. El anciano era muy conocido en aquellas tierras por ser un hombre bueno, justo y que había pasado sus días ayudando a los demás. El mercenario, por contra, era un infame desertor que se ganaba la vida alquilando su espada y que no tenía reparos en aprovecharse del prójimo para su beneficio.
»En mitad del sendero, unos asaltadores de caminos les atacaron. El anciano fue acuchillado sin piedad y los ladrones se llevaron las pocas pertenencias que tenía, pero cuando fueron a por el mercenario éste mató a dos de los asaltantes sin despeinarse. El resto huyeron.
Akame descruzó los brazos. Ahora miraba directamente a Okawa, a aquellos ojos tan peculiares carentes de visión.
—El sabio anciano murió, el infame mercenario no. Porque el mercenario tenía una sólida armadura, y una espada jodidamente afilada.
—Claro. Cómo no —respondió, con una sonrisa lobuna en la que dejó escapar toda su repentina ansia homicida. Pocas cosas le jodían tanto como que le obligasen a apagarse un cigarro nada más encenderlo—. Anda, ve y tráenos esa botella de sake honjozu. Sé buena.
«Jódete, niñata. No te joroba, la tía, me cago en todo, ¿qué demonios se habrá creído? ¿Estamos en un puto pueblo perdido de la mano de los dioses y se permite salirnos con estas mierdas?»
Cuando la muchacha se marchó, Akame suspiró para tratar de relajarse. Luego miró a Rōga.
—Estoy empezando a pensar que no hay nadie "normal" en este agujero —replicó, todavía irritado por que le hubieran hecho apagar el cigarrillo—. Pero te voy a decir algo, espero que esta niñata también sepa percibir las emociones ajenas, porque te juro que probablemente ahora mismo yo sea capaz de provocarle una indigestión sólo de la molestia que tengo.
Resignado, el Uchiha acabó por recostarse contra el respaldo de su asiento.
—¿Y cuál es tu historia, Rōga? ¿A qué que un aspirante a estrella musical se mete a ninja?
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El Kage Bunshin no pudo evitar soltar una pedorreta ante la historia que le contaba Okawa. Recostado contra la pared rocosa, la dejó terminar el relato y luego habló.
—Gran moraleja. Déjame que te cuente yo una historia —contraatacó—. Un sabio anciano y un mercenario embutido en armadura caminaban juntos por un sendero. El anciano era muy conocido en aquellas tierras por ser un hombre bueno, justo y que había pasado sus días ayudando a los demás. El mercenario, por contra, era un infame desertor que se ganaba la vida alquilando su espada y que no tenía reparos en aprovecharse del prójimo para su beneficio.
»En mitad del sendero, unos asaltadores de caminos les atacaron. El anciano fue acuchillado sin piedad y los ladrones se llevaron las pocas pertenencias que tenía, pero cuando fueron a por el mercenario éste mató a dos de los asaltantes sin despeinarse. El resto huyeron.
Akame descruzó los brazos. Ahora miraba directamente a Okawa, a aquellos ojos tan peculiares carentes de visión.
—El sabio anciano murió, el infame mercenario no. Porque el mercenario tenía una sólida armadura, y una espada jodidamente afilada.