8/05/2019, 15:56
—¡MIERDA, ME AHOGO, SOCORRO! —aulló Kumopansa.
Pero antes de que Ayame pudiera acudir a socorrerla, Yota salió también a la superficie, la cogió por la hendidura que separa su cabeza de su abdomen, y la arrastró a tierra firme: a la única orilla que se apreciaba en aquel pozo de roca y tierra y que daba directamente al pasillo iluminado por antorchas.
—Pues... si no hemos muerto y esto no es el cielo... Sí, creo que estamos bien —respondió el de Kusagakure.
—Si esto es el cielo, no es precisamente el paraíso que muchos prometen —dijo Ayame, antes de apoyar sendas manos en el suelo e impulsarse para salir del agua.
—¿Cómo diantres salimos de aquí?
Ella, sin preocuparse por escurrir sus cabellos o sus ropas, expulsó el aire por la nariz y miró a su alrededor.
—Pues no tenemos muchas opciones... Hacia arriba, no —El agujero por el que habían caído había vuelto a sellarse—; por el agua, lo dudo —Si el agua estaba estacada, muy difícilmente iba a haber una salida hacia el exterior—; así que sólo nos queda... —Señaló hacia delante. Hacia el pasillo que se extendía frente a sus ojos y que llevaba a lo desconocido.
Era un corredor elaborado a partir de bloques de piedra lisa, lo suficientemente ancho para que ambos pudieran caminar al lado del otro y lo suficientemente alto para que no tuvieran que encorvarse para avanzar. Varias antorchas colgaban de las paredes, iluminando el camino con llamas danzarinas, pero, lo que más llamaba la atención eran los muros: a la altura de la cabeza de ambos se habían dibujado, una y otra vez y de forma seriada, las mismas siluetas monstruosas de rasgos indefinidos que Ayame había visto arriba.
—Yota... ¿Qué crees que son? —preguntó en voz alta, acercándose a los grabados—. También estaban arriba, ¿pero por qué? Este de aquí parece un animal de cuatro patas y de color azul... Este tiene una forma extraña, alargada y de color blanco, no sé muy bien qué puede ser... Y todas estas formas sinuosas entre ellos...
Pero antes de que Ayame pudiera acudir a socorrerla, Yota salió también a la superficie, la cogió por la hendidura que separa su cabeza de su abdomen, y la arrastró a tierra firme: a la única orilla que se apreciaba en aquel pozo de roca y tierra y que daba directamente al pasillo iluminado por antorchas.
—Pues... si no hemos muerto y esto no es el cielo... Sí, creo que estamos bien —respondió el de Kusagakure.
—Si esto es el cielo, no es precisamente el paraíso que muchos prometen —dijo Ayame, antes de apoyar sendas manos en el suelo e impulsarse para salir del agua.
—¿Cómo diantres salimos de aquí?
Ella, sin preocuparse por escurrir sus cabellos o sus ropas, expulsó el aire por la nariz y miró a su alrededor.
—Pues no tenemos muchas opciones... Hacia arriba, no —El agujero por el que habían caído había vuelto a sellarse—; por el agua, lo dudo —Si el agua estaba estacada, muy difícilmente iba a haber una salida hacia el exterior—; así que sólo nos queda... —Señaló hacia delante. Hacia el pasillo que se extendía frente a sus ojos y que llevaba a lo desconocido.
Era un corredor elaborado a partir de bloques de piedra lisa, lo suficientemente ancho para que ambos pudieran caminar al lado del otro y lo suficientemente alto para que no tuvieran que encorvarse para avanzar. Varias antorchas colgaban de las paredes, iluminando el camino con llamas danzarinas, pero, lo que más llamaba la atención eran los muros: a la altura de la cabeza de ambos se habían dibujado, una y otra vez y de forma seriada, las mismas siluetas monstruosas de rasgos indefinidos que Ayame había visto arriba.
—Yota... ¿Qué crees que son? —preguntó en voz alta, acercándose a los grabados—. También estaban arriba, ¿pero por qué? Este de aquí parece un animal de cuatro patas y de color azul... Este tiene una forma extraña, alargada y de color blanco, no sé muy bien qué puede ser... Y todas estas formas sinuosas entre ellos...