12/05/2019, 18:41
—No lo sé, Ayame —respondió Yota, mientras escurría sus ropas, buscando quitarse algo de agua de encima—. Probablemente solo sean eso, dibujos.
Pero ella no estaba tan convencida. Sentía que había algo que se le estaba escapando acerca de aquellos dibujos que se le hacían particularmente familiares, pero no terminaba de encontrar el origen de aquel sentimiento. Además, el hecho de que se repitieran tanto en el muro de la superficie como allí abajo, una y otra vez... Tenía que ser algo importante, estaba convencida de ello.
Aunque también era posible que no fueran más que unos antiguos jeroglíficos de una civilización anterior. Algo parecido a lo que algunos historiadores decían que había en algunas construcciones en ruinas del País del Viento.
— ¡¿Quién anda ahí?! —chilló Yota de repente, y Ayame sintió que se le helaba la sangre en las venas—. ¡¿Qué quieres de nosotros?!
—Mierda, Yota, tronco... Me vas a dejar sorda —La araña había saltado de nuevo al hombro de Ayame, pero en aquella ocasión ella ni siquiera pareció notarlo—. ¿Te importa que me suba aquí?
Pero ella, lejos de responderle, se había quedado congelada en el sitio, escuchando atentamente. Pasaron los segundos, y nada rara sucedió ni nadie respondió a la llamada de Yota. Al final, terminó por acercarse al de Kusagakure:
—¡¿Pero qué haces?! ¡¿Estás loco?! —exclamó, en un ahogado hilo de voz—. ¡Si de verdad hay alguien aquí abajo nos acabas de condenar a los tres, idiota! ¡Y raro será que no lo haya, no creo que todas estas antorchas estén aquí por pura casualidad! Jobar... Salgamos de aquí antes de que alguien nos encuentre de verdad...
Resopló, antes de echar a caminar en línea recta, siguiendo el único camino que tenían enfrente de sí.
Pero ella no estaba tan convencida. Sentía que había algo que se le estaba escapando acerca de aquellos dibujos que se le hacían particularmente familiares, pero no terminaba de encontrar el origen de aquel sentimiento. Además, el hecho de que se repitieran tanto en el muro de la superficie como allí abajo, una y otra vez... Tenía que ser algo importante, estaba convencida de ello.
Aunque también era posible que no fueran más que unos antiguos jeroglíficos de una civilización anterior. Algo parecido a lo que algunos historiadores decían que había en algunas construcciones en ruinas del País del Viento.
— ¡¿Quién anda ahí?! —chilló Yota de repente, y Ayame sintió que se le helaba la sangre en las venas—. ¡¿Qué quieres de nosotros?!
—Mierda, Yota, tronco... Me vas a dejar sorda —La araña había saltado de nuevo al hombro de Ayame, pero en aquella ocasión ella ni siquiera pareció notarlo—. ¿Te importa que me suba aquí?
Pero ella, lejos de responderle, se había quedado congelada en el sitio, escuchando atentamente. Pasaron los segundos, y nada rara sucedió ni nadie respondió a la llamada de Yota. Al final, terminó por acercarse al de Kusagakure:
—¡¿Pero qué haces?! ¡¿Estás loco?! —exclamó, en un ahogado hilo de voz—. ¡Si de verdad hay alguien aquí abajo nos acabas de condenar a los tres, idiota! ¡Y raro será que no lo haya, no creo que todas estas antorchas estén aquí por pura casualidad! Jobar... Salgamos de aquí antes de que alguien nos encuentre de verdad...
Resopló, antes de echar a caminar en línea recta, siguiendo el único camino que tenían enfrente de sí.