14/05/2019, 06:46
(Última modificación: 14/05/2019, 06:59 por King Roga. Editado 1 vez en total.)
"¿Sólo dos? Mierda, con eso solo tendría guitarra rítmica, bajo y batería. ¡Y yo tendría que cantar mientras toco!" Lo que era hacer lo correcto por los motivos equivocados.
El anciano se mantenía refugiado detrás de la puerta, asustado. ¿Cómo no estarlo cuando tenía enfrente a dos foráneos que vestían cuales asaltadores de caminos? Incluso temía verse involucrado en alguna de sus marufias, por mucho que escuchase algunos pocos rumores que empezaban a correr por ahí. Oh sí, porque en un lugar tan pequeño como Murasame era difícil no enterarse de las noticias. Por ahora, iba a seguirles el juego.
Asintió atentamente a la petición, mientras miraba nervioso de reojo a un Yotsuki que ensanchaba más y más su sonrisa con las palabras del Suzaku.
"Oh, ya veo por donde va el plan..." Decidió seguirle el juego.
—Estoy interesado en un kimono matsuri, que quiero llevarme un recuerdo de mi visita al paraje de bambú— Se cruzó de brazos. —¡Ahhh! Y también quiero otros dos para mí mamá— La razón de pedir dos, era simple. Uno era para Ōkawa, y el otro sí que era para Iroha. "Si me ve que llevé sólo para mí va a maldecirme por un mes entero." Suspiró sólo de hacerse a la idea.
—Oh, bueno— Seguía siendo precavido, pero por educación, no podía soltar un no tajante aunque sus clientes parecieran salidos del peor corredor ilegal de apuestas. —Pasen adelante, veré que puedo hacer por ustedes— Finalmente abrió el portón para dejarlos pasar.
Adentro había rollos de telas, una máquina de tejer muy arcaica, algunas sogas kumihimo y algunos kimonos colgados a medio bordar. Increíblemente, el señor parecía tener bastante trabajo para una población tan pequeña. Llamaba la atención, algunos ropajes rituales que podían asociar al de las ancianas de los báculos de gallo. También estaban algunas prendas no tan tradicionales, pero en una cantidad ínfima.
—Tomen asiento— señaló una banca de bambú, mientras él se sentaba en una idéntica enfrente, separados por una mesa -también- de bambú.
El Yotsuki no se lo pensó y entró como si fuera su casa sentándose con toda confianza.
El anciano mantuvo un silencio mientras juntaba las manos y movía los dedos nerviosos, como esperando las indicaciones de los shinobis.
El anciano se mantenía refugiado detrás de la puerta, asustado. ¿Cómo no estarlo cuando tenía enfrente a dos foráneos que vestían cuales asaltadores de caminos? Incluso temía verse involucrado en alguna de sus marufias, por mucho que escuchase algunos pocos rumores que empezaban a correr por ahí. Oh sí, porque en un lugar tan pequeño como Murasame era difícil no enterarse de las noticias. Por ahora, iba a seguirles el juego.
Asintió atentamente a la petición, mientras miraba nervioso de reojo a un Yotsuki que ensanchaba más y más su sonrisa con las palabras del Suzaku.
"Oh, ya veo por donde va el plan..." Decidió seguirle el juego.
—Estoy interesado en un kimono matsuri, que quiero llevarme un recuerdo de mi visita al paraje de bambú— Se cruzó de brazos. —¡Ahhh! Y también quiero otros dos para mí mamá— La razón de pedir dos, era simple. Uno era para Ōkawa, y el otro sí que era para Iroha. "Si me ve que llevé sólo para mí va a maldecirme por un mes entero." Suspiró sólo de hacerse a la idea.
—Oh, bueno— Seguía siendo precavido, pero por educación, no podía soltar un no tajante aunque sus clientes parecieran salidos del peor corredor ilegal de apuestas. —Pasen adelante, veré que puedo hacer por ustedes— Finalmente abrió el portón para dejarlos pasar.
Adentro había rollos de telas, una máquina de tejer muy arcaica, algunas sogas kumihimo y algunos kimonos colgados a medio bordar. Increíblemente, el señor parecía tener bastante trabajo para una población tan pequeña. Llamaba la atención, algunos ropajes rituales que podían asociar al de las ancianas de los báculos de gallo. También estaban algunas prendas no tan tradicionales, pero en una cantidad ínfima.
—Tomen asiento— señaló una banca de bambú, mientras él se sentaba en una idéntica enfrente, separados por una mesa -también- de bambú.
El Yotsuki no se lo pensó y entró como si fuera su casa sentándose con toda confianza.
El anciano mantuvo un silencio mientras juntaba las manos y movía los dedos nerviosos, como esperando las indicaciones de los shinobis.