20/05/2019, 17:22
Akame no pudo evitar que una leve pero sincera sonrisa se le dibujara en el rostro cuando vio a Okawa perder todo tipo de compostura y empezar a devorar con una avidez sin igual el pan dulce. «Realmente lo ha debido pasar mal», se dijo el Uchiha. No le recriminó nada, pues sabía que ella sería capaz de ver sus verdaderos sentimientos, y en ese momento no había nada más que gozo por poder ayudarla a escapar de semejante existencia en tormento. Akame simplemente siguió fumando mientras observaba a la pareja comer, y en ese momento sintió también una punzada en el pecho. Un dolor muy singular y reconocible. Se llevó la mano zurda, inconscientemente, hasta la pluma azul que llevaba en la oreja izquierda.
—No hay de qué disculparse, Okawa. Ya no estás en el templo, y nunca más vas a volver. Ahora es tu vida, para hacer con ella lo que mejor te parezca —le dijo el Uchiha, calmado, mientras expulsaba el humo del cigarrillo por la nariz—. Comed tranquilos. Yo me quedaré aquí con vosotros un rato.
«No he quedado con Rōga-san hasta la noche en el hostal, de modo que supongo que puedo permitirme darles un momento de tranquilidad. No sé si ya les estará buscando quien quiera que va detrás de Okawa, pero no es una posibilidad que se pueda descartar.» Con la espalda apoyada en la pared, el renegado mantenía la vista fija en la única entrada a la gruta, mientras los dos niños comían.
—No os las acabéis todas —les recordaba de tanto en tanto.
—No hay de qué disculparse, Okawa. Ya no estás en el templo, y nunca más vas a volver. Ahora es tu vida, para hacer con ella lo que mejor te parezca —le dijo el Uchiha, calmado, mientras expulsaba el humo del cigarrillo por la nariz—. Comed tranquilos. Yo me quedaré aquí con vosotros un rato.
«No he quedado con Rōga-san hasta la noche en el hostal, de modo que supongo que puedo permitirme darles un momento de tranquilidad. No sé si ya les estará buscando quien quiera que va detrás de Okawa, pero no es una posibilidad que se pueda descartar.» Con la espalda apoyada en la pared, el renegado mantenía la vista fija en la única entrada a la gruta, mientras los dos niños comían.
—No os las acabéis todas —les recordaba de tanto en tanto.