20/05/2019, 20:20
—Claro que lo oigo —respondió Yota, que hizo una pequeña pausa para tomar carrerilla y añadir—: Vale, muy bien, si quieres hostias las tendrás
—¿Qué mierdas vas a hacer...? —preguntó el arácnido, mientras el de Kusagakure comenzaba a avanzar.
Quizás un acto de lo más temerario, teniendo en cuenta que las paredes y el suelo habían comenzado a vibrar sin control con aquel zumbido que ya se había convertido en un rugido ensordecedor.
—Yo... Yota...
Quizás un acto suicida, teniendo en cuenta la inmensa sombra rodante que se vislumbraba entre las titilantes llamas de las antorchas al final del corredor.
—¡Yota!
Porque desde luego, si Yota quería hostias, las iba a tener. Al menos una. Una grande, inmensa, colosal. La enorme bola de piedra que rodaba hacia ellos se encargaría de ello: de dejarlos planos como un folio.
—¡CORRE, CORRE, CORRE! ¡No te preocupes por mí! —aulló Ayame, cogiendo a Kumopansa y lanzándola contra su dueño.
Ella no se movió del sitio. Echarse a un lado no era una solución, ni siquiera intentar trepar al techo: la bola rodante ocupaba prácticamente todo el espacio del pasillo, tanto por arriba como por los lados. Y estaban en un pasillo completamente recto, sin bifurcaciones que les hubiera permitido esconderse. Sólo podían moverse hacia delante o hacia atrás... Pero, al contrario que Yota, ella no necesitaba esquivar la roca para sobrevivir.
Su cuerpo estalló en miles de gotitas de agua antes de que la esfera de roca la aplastara. Gotas de agua que cayeron al suelo y formaron un charco.
¿Pero qué haría Yota para sobrevivir a la primera de las trampas del Templo Abandonado?
—¿Qué mierdas vas a hacer...? —preguntó el arácnido, mientras el de Kusagakure comenzaba a avanzar.
Quizás un acto de lo más temerario, teniendo en cuenta que las paredes y el suelo habían comenzado a vibrar sin control con aquel zumbido que ya se había convertido en un rugido ensordecedor.
—Yo... Yota...
Quizás un acto suicida, teniendo en cuenta la inmensa sombra rodante que se vislumbraba entre las titilantes llamas de las antorchas al final del corredor.
—¡Yota!
Porque desde luego, si Yota quería hostias, las iba a tener. Al menos una. Una grande, inmensa, colosal. La enorme bola de piedra que rodaba hacia ellos se encargaría de ello: de dejarlos planos como un folio.
—¡CORRE, CORRE, CORRE! ¡No te preocupes por mí! —aulló Ayame, cogiendo a Kumopansa y lanzándola contra su dueño.
Ella no se movió del sitio. Echarse a un lado no era una solución, ni siquiera intentar trepar al techo: la bola rodante ocupaba prácticamente todo el espacio del pasillo, tanto por arriba como por los lados. Y estaban en un pasillo completamente recto, sin bifurcaciones que les hubiera permitido esconderse. Sólo podían moverse hacia delante o hacia atrás... Pero, al contrario que Yota, ella no necesitaba esquivar la roca para sobrevivir.
¡¡CHOFF!!
Su cuerpo estalló en miles de gotitas de agua antes de que la esfera de roca la aplastara. Gotas de agua que cayeron al suelo y formaron un charco.
¿Pero qué haría Yota para sobrevivir a la primera de las trampas del Templo Abandonado?