21/05/2019, 20:35
Entonces, la puerta al final del pasillo se abrió. Era la señal para que Kori no Galen, de Yukio, diera un metafórico paso al frente —en realidad tenía que dar unos cuantos más para salir al campo de prácticas— y aceptara su destino; combatir aquel día contra otros genin de su misma promoción, en una exhibición del potencial prometedor de la Lluvia. Eventos como aquel eran frecuentes para atraer a los ricos señores de todo Arashi no Kuni, quienes, si quedaban satisfechos por la habilidad de los jóvenes, podían decidirse a invertir en el futuro de esas generaciones ninja. El dinero era, al fin y al cabo, lo que mantenía Oonindo a flote. Las Villas Ocultas no eran una excepción.
Cuando el joven marionetista salió al fin del estrecho túnel, le recibió un fogonazo de luz artificial. Varios focos apuntaban directamente hacia él, mientras que otros arrojaban su luz sobre la arena de batalla. En aquella ocasión se trataba de un tatami cuadrado, de veinte metros de lado, bastante amplio. Sobre él había dos estructuras cilíndricas de unos cinco metros de altura, soportes de metal desmontables que habían sido añadidos al terreno de batalla para darle más interés. Estaban colocados de forma enfrentada, a unos cinco metros del centro del tatami y, por tanto, del borde. Rodeando el tatami se extendía un lago, desde el borde del mismo hasta casi el comienzo de la alta pared que sostenía las gradas de los espectadores, unos diez metros —poner una buena distancia entre el público y los ninjas que peleaban era una medida de seguridad muy eficaz—. La profundidad del mismo era desconocida para Galen, pero no se podía intuir su fondo a simple vista.
Las gradas no estaban a rebosar —al fin y al cabo se trataba de una exhibición de genin recién graduados de la Academia—, pero tampoco vacías. En los asientos más cercanos, que ofrecían una vista privilegiada de la arena, se encontraban diversas personas de apareciencia opulenta, que vestían lujosas prendas y adornos de oro, plata y joyas. Eran el público objetivo del evento. Ya en las butacas más alejadas, los oriundos de Amegakure no Sato echaban el rato comiendo pipas, bebiendo refresco y con la esperanza de poder comentar tal o cual combate. Estaban acostumbrados a la visión de los ninjas, y sólo pedían que la velada fuese entretenida. Junto a la grada central, donde se ubicaban los personajes más importantes —nobles acaudalados y políticos del país— se encontraba también el árbitro del encuentro; una kunoichi alta y delgada, de apariencia adulta, que llevaba sobre la oreja un pinganillo conectado al sistema de altavoces del estadio.
—¡Genin, a vuestros puestos! —ordenó la ninja, pidiendo tanto a Galen como a su oponente que ocuparan cada uno la cima de su respectiva columna.
Cuando el de Yukio subiera a su pilar, vería enfrente a una muchacha que ya conocía de antes; una chica algo más joven que él, y también más menuda, pero de cuerpo atlético y bien trabajado. Tenía la piel muy pálida —fruto del clima de Amegakure, sin duda—, los ojos claros y el pelo negro muy largo, recogido en una coleta que le llegaba hasta casi la cintura. Se trataba de Kaguya Shirōkami, una compañera de la Academia de Galen y graduada en su misma promoción. Pese a eso, el marionetista no tenía demasiado conocimiento de las técnicas o el estilo de lucha de Shirōkami. Cuando ella le viera, le saludaría de forma enérgica.
—¡Demos un buen espectáculo, Galen-kun!
La Kaguya hizo una leve reverencia con el Sello de la Confrontación formado en su mano derecha, como mandaban los protocolos y las normas de cortesía de combate entre compañeros, y se colocó en guardia.
—¡Empezad!