21/05/2019, 22:49
Akame entró en el hostal con paso tranquilo y la mirada aguzada, como solía. Para él, el andar silencioso y sin llamar mucho la atención ya se había vuelto una característica tan natural como respirar, incluso cuando su aspecto, visto con detenimiento, era de todo menos discreto. «Peor sería llevar esta cara desfigurada mía al aire», pensaba el renegado. Sea como fuere, Rōga y el resto de los presentes podrían ver que su atuendo no había cambiado en absoluto; vestía la misma yukata remangada de color índigo, los pantalones bombachos azul marino remetidos en la pantorrilla por sus botas negras, sucias de la tierra y el polvo del camino. Llevaba el kasa colgado a la espalda —no le hacía falta ya—, por encima de la funda bandolera de su espada.
Cuando llegó hasta la mesa que ocupaba Rōga, se deshizo del sombrero de paja y lo colocó suavemente sobre la misma. Luego hizo lo propio con la funda de su espada, que dejó apoyada sobre el canto de la mesa, junto a su silla. Todos sus movimientos estaban ejecutados con tanta parsimonia como precisión. Sus ojos, entre las vendas que le cubrían parte del rostro, examinaron a Rōga.
«¿Habrá cumplido con su parte?»
Ante las palabras del joven King, Akame asintió.
—Te lo agradezco. Tengo un hambre de mil demonios, me podría comer un buey yo solo —confesó, y por el rugido de sus tripas se podía intuir que era cierto—. ¿Has tenido una tarde productiva?
Su mano derecha viajó inconscientemente hasta la cajetilla de tabaco que guardaba en el bolsillo interior de su yukata, pero se contuvo un momento después, apenas Akame recordó que allí dentro le habían hecho apagar un cigarrillo. La diestra deshizo el recorrido para terminar apoyándose suavemente sobre la mesa. «Si me hacen apagar otro cigarro juro que vamos a tener un problema, y ahora mismo lo que menos nos interesa es llamar la atención. Demasiado hemos dado el cante ya, si quien quiera que busca a Okawa sospecha lo más mínimo de que podamos interferir, puede que no caiga en la trampa.»
Cuando llegó hasta la mesa que ocupaba Rōga, se deshizo del sombrero de paja y lo colocó suavemente sobre la misma. Luego hizo lo propio con la funda de su espada, que dejó apoyada sobre el canto de la mesa, junto a su silla. Todos sus movimientos estaban ejecutados con tanta parsimonia como precisión. Sus ojos, entre las vendas que le cubrían parte del rostro, examinaron a Rōga.
«¿Habrá cumplido con su parte?»
Ante las palabras del joven King, Akame asintió.
—Te lo agradezco. Tengo un hambre de mil demonios, me podría comer un buey yo solo —confesó, y por el rugido de sus tripas se podía intuir que era cierto—. ¿Has tenido una tarde productiva?
Su mano derecha viajó inconscientemente hasta la cajetilla de tabaco que guardaba en el bolsillo interior de su yukata, pero se contuvo un momento después, apenas Akame recordó que allí dentro le habían hecho apagar un cigarrillo. La diestra deshizo el recorrido para terminar apoyándose suavemente sobre la mesa. «Si me hacen apagar otro cigarro juro que vamos a tener un problema, y ahora mismo lo que menos nos interesa es llamar la atención. Demasiado hemos dado el cante ya, si quien quiera que busca a Okawa sospecha lo más mínimo de que podamos interferir, puede que no caiga en la trampa.»