26/05/2019, 00:48
La transformación de Samidare es tan pintoresca que cuando Galen se gira para responder, no puede evitar soltar una sonora carcajada. Se pone las manos en la boca de inmediato para frenar el impulso, aunque no hay nadie pasando por la calle en ese momento. Cuando Samidare llega a la entrada, se coloca detrás del cartel que anuncia el salón recreativo.
— ¡Déjate de tonterías! — el matón de la cicatriz en el ojo da un paso al frente y lanza al agua el cigarrillo que acababa de encender — ¿Me estás vacilando, lamecharcos? — se coloca delante de Samidare —que en aquel momento está transformado en un hombre muy gordo— y lo mira fijamente a los ojos. Su compañero se le acerca por detrás y lo empuja por el hombro hacia él.
— Relájate, Kiba. No ha sido para tanto — los dos se miran a los ojos y permanecen en tensión un par de segundos. El más alto le aparta la mirada y la dirige a Samidare con seriedad — ¿Vienes a ver al jefe, verdad?
Galen por su parte aprovecha el momento para moverse con sigilo por la pared exterior del salón. Cuando llega a la puerta, levanta el brazo para que Samidare sepa que está dentro. Entra a la recepción y en ese momento no hay ningún testigo, por lo que continúa avanzando por hacia pasillo más próximo. Además de ese, hay una escalera que sube hacia el piso superior y otra que baja, lo hace una habitación oscura como una noche sin luna.
— Si viene por las movidas del jefe, ¡pues qué lo diga! Llevo aquí ocho horas y aún quedan cuatro, estoy harto de gilipolleces y de imbéciles — da media vuelta y se resguarda justo antes de la puerta de entrada. Aprieta su chaqueta empapada con las manos y luego la golpea con fuerza contra el pecho para cerrarla. Se enciende otro cigarrillo.
— ¿Dónde está el otro? — inspecciona con la mirada la calle buscando algo — me dijeron que erais tres.
El marionetista comprueba que el pasillo está vacío y procede con cautela, todavía oculto bajo el holgado chubasquero. A medida que avanza, percibe la coherencia de la arquitectura del pasillo y deduce que hay ocho salas de juego. También piensa que desde que ha entrado, algo le da mala espina. Al final del corredor hay un portón con adornos exóticos, reforzado con una manivela de acero y una placa con caracteres que no alcanza a distinguir. Sigue caminando y en las dos primeras estancias, escucha algún que otro ruido lejano: murmullos, madera chocando entre si, cartas deslizándose sobre el tapete, una señora clamando a sus ancestros.
«¿Debería seguir avanzando sin él?»
Decide detenerse entre las dos siguientes puertas. A su derecha, están hablando algo sobre una cantidad de ryos gigante y una fiesta en la mansión de alguien que debe de ser muy importante por el tono que emplean cuando se refieren a él. La voz más grave de la conversación cada vez está más cerca suyo y debe improvisar algo. Salta hacia una pared y desde ella se impulsa hacia la contraria. Apenas toca el techo con las manos incorpora los pies y se queda suspendido en él. Piensa que ha hecho un poco de ruido al subir. La puerta corredera se abre con lentitud.
— ¡Déjate de tonterías! — el matón de la cicatriz en el ojo da un paso al frente y lanza al agua el cigarrillo que acababa de encender — ¿Me estás vacilando, lamecharcos? — se coloca delante de Samidare —que en aquel momento está transformado en un hombre muy gordo— y lo mira fijamente a los ojos. Su compañero se le acerca por detrás y lo empuja por el hombro hacia él.
— Relájate, Kiba. No ha sido para tanto — los dos se miran a los ojos y permanecen en tensión un par de segundos. El más alto le aparta la mirada y la dirige a Samidare con seriedad — ¿Vienes a ver al jefe, verdad?
Galen por su parte aprovecha el momento para moverse con sigilo por la pared exterior del salón. Cuando llega a la puerta, levanta el brazo para que Samidare sepa que está dentro. Entra a la recepción y en ese momento no hay ningún testigo, por lo que continúa avanzando por hacia pasillo más próximo. Además de ese, hay una escalera que sube hacia el piso superior y otra que baja, lo hace una habitación oscura como una noche sin luna.
— Si viene por las movidas del jefe, ¡pues qué lo diga! Llevo aquí ocho horas y aún quedan cuatro, estoy harto de gilipolleces y de imbéciles — da media vuelta y se resguarda justo antes de la puerta de entrada. Aprieta su chaqueta empapada con las manos y luego la golpea con fuerza contra el pecho para cerrarla. Se enciende otro cigarrillo.
— ¿Dónde está el otro? — inspecciona con la mirada la calle buscando algo — me dijeron que erais tres.
El marionetista comprueba que el pasillo está vacío y procede con cautela, todavía oculto bajo el holgado chubasquero. A medida que avanza, percibe la coherencia de la arquitectura del pasillo y deduce que hay ocho salas de juego. También piensa que desde que ha entrado, algo le da mala espina. Al final del corredor hay un portón con adornos exóticos, reforzado con una manivela de acero y una placa con caracteres que no alcanza a distinguir. Sigue caminando y en las dos primeras estancias, escucha algún que otro ruido lejano: murmullos, madera chocando entre si, cartas deslizándose sobre el tapete, una señora clamando a sus ancestros.
«¿Debería seguir avanzando sin él?»
Decide detenerse entre las dos siguientes puertas. A su derecha, están hablando algo sobre una cantidad de ryos gigante y una fiesta en la mansión de alguien que debe de ser muy importante por el tono que emplean cuando se refieren a él. La voz más grave de la conversación cada vez está más cerca suyo y debe improvisar algo. Salta hacia una pared y desde ella se impulsa hacia la contraria. Apenas toca el techo con las manos incorpora los pies y se queda suspendido en él. Piensa que ha hecho un poco de ruido al subir. La puerta corredera se abre con lentitud.