26/05/2019, 15:27
Los guardias se conforman con la respuesta de Samidare y le dejan pasar sin cachearlo ni comprobar si lo que dice es cierto. Se hacen a un lado para darle paso y ambos permanecen bajo la lluvia cuando entra. Al fin y al cabo aquel no es su problema, por lo que no le dan mayor importancia al asunto y vuelven a su puesto.
La puerta corredera del pasillo en el que Galen está se abre y se escuchan tres voces que discuten. La última en hacerse oír, da por sentado, es el dueño del establecimiento, porqué les ordena que bajen al sótano y que retiren una gran cantidad de dinero. Ambos obedecen y después de volver a correr la puerta, cruzan el pasillo en dirección a la recepción.
Por su parte, Galen está sorprendido de la pulcritud y la sobriedad que conforma aquel casino. Siempre había escuchado que son sitios de pasiones desenfrenadas y de histeria colectiva; aquel lugar, por el contrario, transmite serenidad, firmeza y frialdad. Las paredes son grises y la madera de suelo y techo es casi azabache; el olor a vida que desprende se cuela en todos los rincones del lugar. Las puertas correderas también son de madera y tela blanca, y está seguro de que, detrás de ellas, no encontrará ni el más mínimo rastro de hedonismo o descontrol, nada que evoque su idea preconcebida de lo que es un salón de apuestas.
«Esto me huele mal.»
Mientras tanto, en la recepción, Samidare está embobado con los reclamos y con los neones de publicidad. Hay cuadros promocionales, un expositor con un delicioso refresco marrón para tomar gratuitamente, la oferta de turno de aquella noche, un cartel que promociona la sala especial de apuestas con compañía. Cerca de la mesa de recepción, si se fija, podría ver un mapa del lugar con el contenido de cada salón recreativo; desde el primero al último — no obstante, no hay información de la puerta ostentosa al fondo del pasillo —. Si se concentra lo suficiente, incluso podría ver unas gotas de sangre en las escaleras que suben al segundo piso.
Galen está siguiendo a los dos esbirros por el techo, lentamente, mantiene una distancia corta con ellos e intenta ser lo más sigiloso que puede. Van hablando sobre la mujer de uno y el otro le dice que debería golpearla si vuelve a contradecirle. Ambos se ríen y llegan a la sala de recepción, se encuentran de frente con Samidare. Entonces, el marionetista se deja caer silenciosamente sobre el suelo y se oculta en el marco de la puerta al compás de una sombra repentinamente proyectada.
Espera a la reacción de Samidare para mover ficha.
La puerta corredera del pasillo en el que Galen está se abre y se escuchan tres voces que discuten. La última en hacerse oír, da por sentado, es el dueño del establecimiento, porqué les ordena que bajen al sótano y que retiren una gran cantidad de dinero. Ambos obedecen y después de volver a correr la puerta, cruzan el pasillo en dirección a la recepción.
Por su parte, Galen está sorprendido de la pulcritud y la sobriedad que conforma aquel casino. Siempre había escuchado que son sitios de pasiones desenfrenadas y de histeria colectiva; aquel lugar, por el contrario, transmite serenidad, firmeza y frialdad. Las paredes son grises y la madera de suelo y techo es casi azabache; el olor a vida que desprende se cuela en todos los rincones del lugar. Las puertas correderas también son de madera y tela blanca, y está seguro de que, detrás de ellas, no encontrará ni el más mínimo rastro de hedonismo o descontrol, nada que evoque su idea preconcebida de lo que es un salón de apuestas.
«Esto me huele mal.»
Mientras tanto, en la recepción, Samidare está embobado con los reclamos y con los neones de publicidad. Hay cuadros promocionales, un expositor con un delicioso refresco marrón para tomar gratuitamente, la oferta de turno de aquella noche, un cartel que promociona la sala especial de apuestas con compañía. Cerca de la mesa de recepción, si se fija, podría ver un mapa del lugar con el contenido de cada salón recreativo; desde el primero al último — no obstante, no hay información de la puerta ostentosa al fondo del pasillo —. Si se concentra lo suficiente, incluso podría ver unas gotas de sangre en las escaleras que suben al segundo piso.
Galen está siguiendo a los dos esbirros por el techo, lentamente, mantiene una distancia corta con ellos e intenta ser lo más sigiloso que puede. Van hablando sobre la mujer de uno y el otro le dice que debería golpearla si vuelve a contradecirle. Ambos se ríen y llegan a la sala de recepción, se encuentran de frente con Samidare. Entonces, el marionetista se deja caer silenciosamente sobre el suelo y se oculta en el marco de la puerta al compás de una sombra repentinamente proyectada.
Espera a la reacción de Samidare para mover ficha.