28/05/2019, 19:24
Yota se derrumbó. Se sentó en el suelo y se restregó la palma de la mano por la frente. Y Ayame no pudo más que mirarle con cierta aprensión.
—Joder... —masculló, tras varios segundos—. No lo sé, ¿vale? pero todo esto me da muy mal rollo —¡BAM! Un puñetazo contra el suelo de roca—. Pero en el momento que se forjó esta nueva Alianza prometimos manteneros con vida a vosotros, los jinchuriki. Incluso a costa de nuestras vidas, aunque eso significase que un shinobi de otra aldea muriese por el jinchuriki de otra de las aldeas. Así que eso es lo que haremos. Pase lo que pase, tu saldrás de esta rampa en la que hemos caído. Será mejor que reanudemos la marcha antes de que sea ese General o lo que sea que nos está vigilando empiece a mover ficha. Esta vez nada nos detendrá —añadió, reincorporándose.
Pero la mirada de Ayame se ensombreció súbitamente.
—Saldremos de esta rampa. Los dos. No hay discusión posible al respecto —le corrigió, antes de girar sobre sus talones y echar a andar. No sin asegurarse que tanto el de Kusagakure como la araña la acompañaban.
Entendía las razones de la Alianza, por supuesto que las entendía. Pero también era lo que más odiaba de ella. Odiaba sentirse como aquella preciada lámpara a proteger, la lámpara que contenía la energía de aquel temido demonio de cinco colas que ahora cierto grupo ansiaba. No. Ella no iba a dejarse proteger.
Los dos shinobi avanzaron por aquel interminable pasillo durante largos minutos. Nada nuevo les salió al paso, y por supuesto ninguna persona intentó atacarles de nuevo. Ayame comenzaba a plantearse de nuevo si de verdad aquel lugar no estaría vacío como había pensado al principio, y si las trampas fueran reductos dejados por alguien anterior a ellos, cuando llegaron a una bifurcación. El camino se dividía en dos, a derecha y a izquierda, y la pared que quedaba en medio ascendía en diagonal hasta mostrar una hendidura circular de gran tamaño.
—De aquí debe haber salido la bola de antes —razonó, antes de volverse hacia Yota—. ¿Ahora qué? ¿Derecha o izquierda?
—Joder... —masculló, tras varios segundos—. No lo sé, ¿vale? pero todo esto me da muy mal rollo —¡BAM! Un puñetazo contra el suelo de roca—. Pero en el momento que se forjó esta nueva Alianza prometimos manteneros con vida a vosotros, los jinchuriki. Incluso a costa de nuestras vidas, aunque eso significase que un shinobi de otra aldea muriese por el jinchuriki de otra de las aldeas. Así que eso es lo que haremos. Pase lo que pase, tu saldrás de esta rampa en la que hemos caído. Será mejor que reanudemos la marcha antes de que sea ese General o lo que sea que nos está vigilando empiece a mover ficha. Esta vez nada nos detendrá —añadió, reincorporándose.
Pero la mirada de Ayame se ensombreció súbitamente.
—Saldremos de esta rampa. Los dos. No hay discusión posible al respecto —le corrigió, antes de girar sobre sus talones y echar a andar. No sin asegurarse que tanto el de Kusagakure como la araña la acompañaban.
Entendía las razones de la Alianza, por supuesto que las entendía. Pero también era lo que más odiaba de ella. Odiaba sentirse como aquella preciada lámpara a proteger, la lámpara que contenía la energía de aquel temido demonio de cinco colas que ahora cierto grupo ansiaba. No. Ella no iba a dejarse proteger.
Los dos shinobi avanzaron por aquel interminable pasillo durante largos minutos. Nada nuevo les salió al paso, y por supuesto ninguna persona intentó atacarles de nuevo. Ayame comenzaba a plantearse de nuevo si de verdad aquel lugar no estaría vacío como había pensado al principio, y si las trampas fueran reductos dejados por alguien anterior a ellos, cuando llegaron a una bifurcación. El camino se dividía en dos, a derecha y a izquierda, y la pared que quedaba en medio ascendía en diagonal hasta mostrar una hendidura circular de gran tamaño.
—De aquí debe haber salido la bola de antes —razonó, antes de volverse hacia Yota—. ¿Ahora qué? ¿Derecha o izquierda?