31/05/2019, 15:57
(Última modificación: 31/05/2019, 15:58 por Aotsuki Ayame.)
Ayame no pudo evitar soltar una risilla ante la emoción del arácnido ante algo tan trivial como era el lanzar una moneda para elegir el camino a elegir. Al final, el azar eligió la cruz y, con ella, el camino a seguir.
—Entonces, vamos por ese de ahí, ¿no? —preguntó Yota.
—Sí, por la izquierda. Pero tenemos que estar muy atentos, no sabemos cuántas sorpresas más nos puede esperar ahí dentro.
—Si, venga, vamos, joder.
Así, los tres se adentraron aún más en aquellas ruinas desconocidas. El paisaje no cambió un ápice en ningún momento: todos los pasillos eran iguales, con las antorchas iluminando con timidez sus pasos entre paredes que parecían a punto de desmoronarse sobre ellos en cualquier momento y unos suelos a los que el tiempo había ido arrancando las baldosas paulatinamente. Y entre las que aún perduraban, los guijarros se amontonaban. Así como se amontonaba el silencio sobre sus cabezas. Sólo el eco de sus pasos y de sus respiraciones les acompañaba en el camino: tap, tap, tap, tap, tap, tap... click.
—¿Uh? —Ayame se detuvo en seco.
Aquello no había sido un paso. Había sonado justo debajo de los pies de Yota. Había pisado una baldosa algo más levantada que el resto. Una baldosa de forma cuadricular y que había sobrevivido al paso del tiempo. Una baldosa con pequeños agujeritos en su superficie que...
Un sonido sibilante procedió al chasquido, y un total de nueve pinchos se alzaron desde los agujeros buscando ensartar sus cuerpos como pinchos morunos. Presa del pánico, Ayame había intentado saltar hacia delante pero, pillada por la sorpresa, no pudo actuar a tiempo de que una de aquellas mortíferas agujas arañaran parte de su antebrazo.
—¡AGH! —masculló, profundamente dolorida.
¿Y que habría sido de Yota, que era el que había estado justo encima de la nueva trampa?
—Entonces, vamos por ese de ahí, ¿no? —preguntó Yota.
—Sí, por la izquierda. Pero tenemos que estar muy atentos, no sabemos cuántas sorpresas más nos puede esperar ahí dentro.
—Si, venga, vamos, joder.
Así, los tres se adentraron aún más en aquellas ruinas desconocidas. El paisaje no cambió un ápice en ningún momento: todos los pasillos eran iguales, con las antorchas iluminando con timidez sus pasos entre paredes que parecían a punto de desmoronarse sobre ellos en cualquier momento y unos suelos a los que el tiempo había ido arrancando las baldosas paulatinamente. Y entre las que aún perduraban, los guijarros se amontonaban. Así como se amontonaba el silencio sobre sus cabezas. Sólo el eco de sus pasos y de sus respiraciones les acompañaba en el camino: tap, tap, tap, tap, tap, tap... click.
—¿Uh? —Ayame se detuvo en seco.
Aquello no había sido un paso. Había sonado justo debajo de los pies de Yota. Había pisado una baldosa algo más levantada que el resto. Una baldosa de forma cuadricular y que había sobrevivido al paso del tiempo. Una baldosa con pequeños agujeritos en su superficie que...
¡ZASSSSSS!
Un sonido sibilante procedió al chasquido, y un total de nueve pinchos se alzaron desde los agujeros buscando ensartar sus cuerpos como pinchos morunos. Presa del pánico, Ayame había intentado saltar hacia delante pero, pillada por la sorpresa, no pudo actuar a tiempo de que una de aquellas mortíferas agujas arañaran parte de su antebrazo.
—¡AGH! —masculló, profundamente dolorida.
¿Y que habría sido de Yota, que era el que había estado justo encima de la nueva trampa?